Escuchamos hoy, aunque en forma resumida, la hazaña de David contra el gigante Goliat. David ya había sido ungido por Samuel como rey de Israel, pero el trono lo ocupaba todavía Saúl. Israel estaba en guerra con los filisteos y se ofreció la posibilidad de dirimir la contienda en un combate singular (un guerrero de cada ejército).

Goliat, grande de tamaño y guerrero experimentado, asusta a los israelitas. David, que era un pastor, y de constitución mucho más débil que la del guerrero filisteo, se ofrece para la pelea. Sabemos, aunque no lo leemos hoy, que Saúl le ofreció una armadura pero que David, después de probársela, la rechazó porque le impedía moverse adecuadamente. En lugar de todo lo que le ofrece Saúl prefiere su cayado, su honda. Se trata de sus utensilios de pastor, lo que usaba para cuidar de los rebaños de su padre y quizás para entretenerse o alejar alguna alimaña poco peligrosa que acechara a las ovejas. Humanamente lo que iba a hacer David era una temeridad y, o es extraño que todos pensaran que caminaba hacia una derrota segura en la que sería humillado y perecería.

Sin embargo David tiene un arma mucho más poderosa que descubrimos cuando proclama: “yo voy hacia ti en nombre del Seño de los ejércitos, Dios de las huestes de Israel a las que has desafiado”. La armadura de Saúl que ha rechazado se nos presenta como el recurso a las propias fuerzas, a las seguridades que no hacen pie en la confianza en el Señor sino en la autosuficiencia. Pero estas siempre resultan pobres para enfrentarse a los enemigos. Si pensamos en nuestra vida espiritual vemos que no somos capaces de vencer las tentaciones con nuestras solas fuerzas, sino que necesitamos siempre de la gracia del Señor.

David no es temerario. En su fragilidad se manifiesta el poder de Dios. Por eso también vence a su enemigo desde lejos. Lanza una piedra que da justo en la frente del gigante. No ha puesto en peligro su vida. Ha avanzado por confianza porque sabía que el Señor iba ha realizar una proeza a través suyo. Por eso no ha tenido miedo. Él sólo ha tenido que aportar su pequeña capacidad para que Dios, valiéndose de ella, derrotara al enemigo. Y, al mismo tiempo, podemos decir con verdad que David ha derrotado a Goliat, porque ha sido su acción (lanzar la piedra) la que ha hecho caer de bruces al enemigo.

En nuestra vida espiritual pasa algo parecido. Sin la ayuda de Dios nada podemos, pero con su gracia todo es posible. Si nos enfrentamos al mal con nuestras solas fuerzas lo más probable es que siempre salgamos perdiendo, porque la tentación muchas veces es muy fuerte o aparece por nuestro flanco débil. A veces incluso, como le pasaba al ejército de Saúl, capitulamos antes de enfrentarnos porque nos atemoriza su presencia. Pero quien camina con el Señor no debe temer nada, porque nada se resiste a su poder. Y, de hecho, cuando vivimos en gracia, es Cristo el que lucha en nosotros y con nosotros y en Él siempre salimos vencedores.