En el evangelio de hoy se relata de forma sumaria la elección de los doce apóstoles. “Jesús subió a la montaña”. Ese subir realza la importancia de lo que el Señor va a hacer. La montaña evoca el lugar del encuentro con Dios (como en el caso de Moisés o de Elías). Jesús con frecuencia sube a la montaña y desde ella enseña y, también en lo alto de un monte, se transfigura. Aquí la subida de Jesús a lo alto de la montaña introduce que va a realizar algo importante.

Se nos dice que “llamó a los que quiso”. Una de las características que distingue a Jesús de los maestros de la ley que había en Israel es esta. Habitualmente la gente elegía al maestro que quería seguir. En el caso de Cristo no es así. Es Él quien llama a los que quiere. La elección viene de Dios y se debe, exclusivamente, a su libérrimo designio. Siempre nos elige Él.

Aquello que son elegidos se van con Él. También en Israel era costumbre que los discípulos siguieran a su maestro. Estar junto al Señor indica un vivir con Él. La elección por parte de Cristo es total y lo mismo ha de ser nuestra respuesta. Ir con Él significa dejarlo todo para emprender una nueva vida a su lado. Podemos ver un signo de que nos unimos a Él porque nuestra vida se va a ir configurando según la suya.

Se nos indica que la razón de la elección es doble. Por una parte Jesús hace a los doce, que se señalan de forma singular dándonos también sus nombres, compañeros suyos. La vida cristiana, lo ha recordado en diferentes ocasiones Benedicto XVI, es vivir en una compañía. Hoy el evangelio relata el inicio de esa compañía en la historia con los doce apóstoles. Pero después se prolonga en el tiempo con la Iglesia. En ella todos nosotros encontramos esa presencia de Cristo que se nos ofrece como compañía para el camino de nuestra existencia. En la Iglesia experimentamos que estamos con el Señor. En ella se nos da escuchar su palabra y comprenderla, reconocer su presencia, singularmente en la Eucaristía, y descubrir las obras que va realizando en el mundo.

Se nos dice también que a los doce les dio la misión de predicarlos. Jesús que los quiere junto a sí les confiere también autoridad para que comuniquen a los demás lo que viven junto a Él. Así sucede también con nosotros. Por eso en el Concilio Vaticano II se recordó que todo bautizado (sacramento por el que se confirma la elección de parte de Dios), está llamado a dar testimonio de su fe. Es decir al ser miembros de la Iglesia participamos también de su misión.

Junto a la misión de predicar reciben el “poder para expulsar demonios”. Aquí podemos entender como la verdadera participación en la vida divina nos hace capaces, por la gracia, de vencer el mal. Ese poder no está en nuestras solas fuerzas sino que nos es participado por Jesucristo. En su compañía podemos superar todos los obstáculos que nos dificultan el camino de la santidad.

Al recordarse, el último de la lista, que Judas traicionó al Señor se nos hace ver que la elección por parte de Cristo espera también nuestra correspondencia. Podemos ser fieles o no aprovechar e incluso rechazar los dones que Él nos ofrece. Porque la vida cristiana siempre conlleva que pongamos en juego nuestra libertad.