Ayer estuve dando una vuelta por el hospital que atendemos desde la parroquia. Muleta en mano y paso a paso se llega a todos sitios. Es un hospital de pocas camas pero muy extenso pues no es un edificio grande sino distintos pabellones. Suelen ser enfermos mayores, bastante mayores, y muchos ya ni conocen ni rigen. Sin embargo siempre se aprende de los enfermos. Algunos enfermos están solos, tal vez les visiten por la tarde. A otros los acompaña alguna chica que ha contratado la familia para que esté con él algunas horas. Y a otros les acompañan los hijos (sobre todo las hijas), que pasan día tras día, semana tras semana, al lado de la cama de su padre o madre. Desde fuera se nota el trato que recibe cada uno. La chica contratada suele poner atención, pero los hijos ponen cariño. Unos lo hacen (justamente), por un sueldo, los otros lo hacen porque quieren. Puede parecer una esclavitud ir día tras día a la cabecera de una cama a estar acompañando a alguien que casi no te conoce, pero se les ve que quieren estar allí, no lo hacen como esclavos, sino como hijos.

«Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.» Le replicaron: – «Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: «Seréis libres»?» Los judíos que hablaban con Jesús hacían lo que tenían que hacer, no lo dudo, como ellos mismos se definen “no son hijos de prostituta”; pero no lo hacen por ser hijos, sino por obligación. Muchas veces me encuentro personas que viven la vida cristiana como una obligación, y eso cuesta muchísimo. Vivir en Cristo no se vive como vivir en la verdad, sino en cumplir una serie de preceptos, más o menos gravosos, para no enfadar a nuestro Dios. “Somos hijos de Dios”, dicen, pero parece que es un padre dispuesto a tratarles siempre como adolescentes irresponsables esperando encontrarles en algún desliz, y el chico se porta bien para no perder la paga. Se convierte la vida cristiana en un “no hacer” cosas malas y hacer lo justito bueno, aunque sea a regañadientes.

¿Qué significa que la verdad nos hace libres? Significa que uno es capaz de conocer que lo que Dios nos pide y nos enseña la Iglesia es la verdad, es decir, es lo que hace que mi vida cobre todo su sentido, altura y profundidad. El camino hacia la verdad no se hace cuesta arriba, sino que atrae -como el imán al hierro-, a el entendimiento, la voluntad y todo el ser. Por eso quien anda en la verdad es verdaderamente libre, pues hace lo que ama, poniendo enteramente el corazón y el pecado se convierte en insignificante. Por eso “el que comete pecado es esclavo”, pues aunque pueda no parecerlo, no hace lo que su corazón ama, sino lo que desprecia. Es fácil que el mentirosos odie la mentira…, de los otros (y sinceramente la suya propia y por  eso se desprecia y es esclavo).

Dentro de muy pocos días escucharemos la pasión de Cristo. Si miramos a Cristo como esclavo no entenderemos nada. Si lo miramos, como Él es, como Hijo, entonces cobra todo su sentido. Por eso nadie entiende la pasión mejor que su madre, nuestra madre, la Virgen María. De su mano nos preparamos a vivir esta semana santa, como hijos, no como esclavos.