Cada mañana visito la gran mayoría de las camas del hospital que atendemos desde la parroquia. La gran mayoría son ancianos, y hay de todo, como en botica. Pero muchos (sobre todo muchas), siguen mostrando esa veneración por el sacerdote que había antiguamente y se empeñan en besarte la mano y -a pesar de la diferencia de edad-, siempre te llaman de usted. No es que yo crea que haya que crear un respeto falso o artificial entre el sacerdote y el resto de las personas. Es más, creo que el respeto debería ser real entre todas las personas, pues todos somos templos del Espíritu Santo, lo que ocurre es que tradicionalmente se miraba ala figura del sacerdote no por ser quien eres, sino por quien representas. Hoy lo difícil es que no te insulten, tal vez porque también muchos sacerdotes se han olvidado a quien representan.

“Al ver lo que Pablo había hecho, el gentío exclamó en la lengua de Licacinia: -«Dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos.»A Bernabé lo llamaban Zeus y a Pablo, Hermes, porque se encargaba de hablar. El sacerdote del templo de Zeus que estaba a la entrada de la ciudad, trajo a las puertas toros y guirnaldas y, con la gente, quería ofrecerles un sacrificio. Al darse cuenta los apóstoles Bernabé y Pablo, se rasgaron el manto e irrumpieron por medio del gentío, gritando: «Hombres, ¿qué hacéis? Nosotros somos mortales igual que vosotros; os predicamos el Evangelio, para que dejéis los dioses falsos y os convirtáis al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo lo que contienen. En el pasado, dejó que cada pueblo siguiera su camino; aunque siempre se dio a conocer por sus beneficios, mandándoos desde el cielo la lluvia y las cosechas a sus tiempos, dándoos comida y alegría en abundancia.» Con estas palabras disuadieron al gentío, aunque a duras penas, de que les ofrecieran sacrificio.” No me ha importado poner el texto un poco más largo para los que no lo conozcan. Los habitantes de Listra cometen una gran equivocación creyendo que Pablo y Bernabé eran dioses, pero también es cierto lo que dice Jesús en el Evangelio: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.” Como os decía al principio todos somos templos del Espíritu Santo y ojalá tuviésemos ese respeto y admiración por todos los hombres y por nosotros mismos. ¡Cuántas veces el hombre se olvida de quién es! ¡Qué lástima nos debería dar cuando vemos a tantos que malogran su vida, la echan a perder o se sienten perdidos!

“Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.” Van quedando menos días para Pentecostés y es muy buena cosa que vayamos pidiendo ya el don del Espíritu Santo para nosotros y para tantos otros. Ojalá el hombre cayese en cuanta de su dignidad: templo del Espíritu Santo, amado por Dios Padre, redimido por la muerte y resurrección de Dios Hijo. Si fuésemos conscientes de esta dignidad tal vez no habría maltratos, ni hambre en el mundo, ni violencia, ni pobreza…, ¡pero somos unos inconscientes!.

Pidámosle a María, la Esposa del Espíritu Santo, que sigan derramándose los dones del  Espíritu con generosidad y seamos capaces de decir que sí, como ella.