Ya ha terminado la catequesis. Sólo quedan un par de celebraciones con los niños para rezar a la Virgen y unas cuantas tandas de primeras comuniones. Puede parecer un gesto de comodidad, pero que se acabe la catequesis es una bendición. Cuatrocientos cincuenta y tres niños todas las semanas llega a ser apabullante. De cinco a siete de la tarde, de lunes a viernes tienes niños alrededor que quieren pasar al baño, corren, gritan y van perdiendo abrigos y libros de catequesis a su paso. Bendito sea Dios por los niños, pero que bien están en casa una temporada. Que puedas sacar más tiempo por las tardes te ayuda a rezar más tranquilo y a una hora en la que haga menos sueño, te ayuda a preparar las cosas más despacio y, aunque sigue sin faltar trabajo, poder hablar más tranquilamente con la gente. Hacen falta ratos de tranquilidad y los niños no son expertos en guardar silencio.

“Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: «¿Adónde vas?» Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré”. No es mi intención comparar a Jesús con los niños de catequesis (aunque le tienen muy dentro sería una herejía), además los niños sólo te dejan tranquilidad, Jesucristo nos deja al Espíritu Santo.

Es muy bueno pararse de vez en cuando a ver la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Ayer hablaba con una familia con varios de sus miembros enfermos y decían que habían dejado de creer. Como si la acción de Dios sea el mantenernos sanos y orondos. Muchas veces vemos a un Dios cruel que se marcha y nos envía las enfermedades, el dolor, la pobreza y la muerte. Sin embargo la acción de Dios está muy por encima de todo eso. El Espíritu Santo es el defensor y nos defiende del triunfo de la enfermedad, de la pobreza y de la muerte pues en la resurrección todo eso ha sido vencido, es sólo pasajero, parece una victoria de lo malo y del  malo, pero sólo es una sombra pasajera que se deshace en nada. Hasta el pecado ha sido vencido pues “el príncipe de este mundo está condenado”. Pero esta realidad seguimos muchas veces sin creérnosla. Al igual que Pablo y Silas parece que han perdido, apaleados, encerrados e indefensos y sin embargo siguen alabando a Dios, por encima de la libertad de los barrotes, nosotros también hemos vencido.

Esa conciencia de vencedores nos ayuda a no desfallecer. Es cierto que tendremos luchas, pero todas han sido vencidas. El que sigue pensando que está en el límite entre el bien y el mal, el vicio o la virtud y que puede ganar uno u otro…, normalmente está perdido, por desconfiado.

Hoy podríamos rezar con María el salmo 137:

Te doy gracias, Señor,
de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario.

Daré gracias a tu nombre por tu misericordia
y tu lealtad. Cuando te invoqué,
me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.

Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.

(Hoy en Madrid celebramos a nuestro patrón, San Isidro, así que acordaros de rezar un poco por esta Diócesis).