Continuamos leyendo, en el evangelio de hoy, un fragmento del “discurso de despedida”. Así denominan algunos estudiosos estas palabras del Señor. Se está despidiendo de los suyos y, al mismo tiempo, está orando a Dios. Por una parte anuncia a sus apóstoles que va a dejarlos pero, por otra, muestra que siempre va a estar pendiente de ellos. Por eso le pide al Padre que los guarde.

Podemos ver un paralelismo con la primera lectura. En ella se nos narra el discurso de despedida de Pablo cuando se va de Éfeso. Aquí Pablo señala: “tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar”. Por tanto, a la luz de los dos textos vemos lo siguiente:

Jesús reza a Dios Padre pidiendo que cuide a los que son suyos.

San Pablo exhorta a los dirigentes de Éfeso a que se cuiden ellos mismos.

San Pablo pide también que cuiden de los fieles que Dios les ha encomendado.

Dios nos cuida haciendo que nosotros tengamos cura los unos de los otros. San Pablo también señala: “Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia, y tiene poder para construiros”. La historia está llena de ejemplos de cristianos que sobreviven porque se ayudan mutuamente. La misma Iglesia es signo de cómo caminamos juntos en la fe sosteniéndonos los unos a los otros. Y todo es movido y edificado por la gracia de Dios.

Nadie puede pensar que va a sostenerse solo. El mismo Pablo anuncia que algunos de los dirigentes se corromperán y deformarán la doctrina. Eso ha sucedido en la Iglesia cuando se ha abandonado la comunión. San Agustín lo denuncia frente a la herejía donatista. Los donatistas estaban orgullosos de su fe y despreciaban al resto de los cristianos, a los que veían débiles. Quizás, visto desde fuera, tenían más virtudes que otros, pero al final acabaron desapareciendo. La Iglesia católica, por el contrario, sigue adelante muchos siglos más tarde. La comunión nos mantiene en la unidad. Jesús mismo pide al Padre que seamos uno.

Hemos de rezar por la unidad de la Iglesia, y también por nuestros pastores, para que sean fieles a la doctrina del evangelio y cuiden su unión con los demás obispos y con el Papa. La comunión no sólo nos mantiene firmes en la unión con Jesucristo, sino que, además, impide las desviaciones doctrinales, evita los peligros del orgullo y es fuente de enormes alegrías, porque expresa el poder del Evangelio. Aún hoy percibimos heridas contra la unidad de la Iglesia. Hemos de pedir a Dios que nos enseñe a amarla más y a ser dóciles a la acción del Espíritu Santo para contribuir a su crecimiento.