En la primera lectura san Pedro dice algo que, a primera vista, puede disuadirnos:; “aunque de momento tengáis que sufrir un poco”. Esa enseñanza está en el contexto de la herencia eterna que nos es prometida. La certeza de los bienes que nos llegan por Jesucristo, y que un día obtendremos de forma colmada, es la que lleva al apóstol a sugerirnos esa paciencia en los sufrimientos presentes.

Estos días, hablando con diversas personas, constatábamos como la crisis económica en la que nos encontramos a acrecentado la angustia. Algunos de los que intervenían en la conversación no han visto, al menos de momento, perjudicada su situación. Viven con la misma holgura que antes. Sin embargo, están preocupados, inquietos, y la felicidad se les hace cuesta arriba. Porque temen que pueda llegar algo peor y eso les hace vivir angustiados. La angustia viene a ser como una anticipación de la muerte, que domina nuestra vida y nos paraliza. Frente a esa incerteza de futuro, están las palabras del apóstol Pedro. Él también habla de lo que ha de llegar, pero lo hace desde otra perspectiva. Por una parte se refiere a la “herencia incorruptible”, es decir, que ya no podemos perder porque no está sujeta a cambios, no puede estropearse. Por otra nos habla de la esperanza, que es la virtud por la que tenemos la certeza de alcanzar lo que se nos promete.

Quien vive con esperanza redimensiona todas las situaciones El presente no es vivido sólo con el peso que trae en un momento dado sino que en Él está ya, de alguna manera, todo lo que esperamos. Por eso la paciencia dispone para la esperanza y, de alguna manera, contribuye a que esta sea engendrada en nosotros. Esa esperanza es la que hace que nos demos cuenta de que “es la fuerza de Dios” la que nos custodia en cada momento. Y, como señala san Pedro lo hace en aras de nuestra salvación. Por eso hemos de sabernos cuidados por Dios y dedicar tiempo ha descubrir y contemplar su providencia amorosa para con todos nosotros. Ante esta palidecen todas las dificultades y podemos afrontar, sin agobios, el esfuerzo de cada día.

En el evangelio nos encontramos con un joven que no fue capaz de percibir la mirada amorosa que le dirigió Cristo y por ello todo se le hizo un mundo. Podía haber entrado en la alegría, que supone la anticipación de la vida eterna en el tiempo y, sin embargo, se fue muy triste. Quedó apresurado por la incerteza del futuro, porque su preocupación estaba en los bienes materiales. Se perdió la certeza de caminar junto a Cristo, y de vivir apasionadamente a su lado.

San Pedro nos habla también de la meta de nuestra fe: la salvación. Ciertamente la esperanza va unida al hecho de saber hacia dónde caminamos. En el caso del personaje del evangelio es la petición de alcanzar la vida eterna. Sólo si tenemos esa conciencia de que estamos llamados a algo muy grande podemos disponernos para alcanzarlo. La caída en el materialismo, la reducción de nuestras expectativas a lo económico, el ansia por tener una seguridad en este mundo, … nos impiden caminar con el corazón levantado. De hecho aplastan el deseo grande que hay en nuestro corazón.

Que la Virgen María nos ayude a interiorizar la promesa que Cristo nos ha hecho y a vivir, como ella, fiados totalmente de la palabra del Señor.