Lamentablemente se presta poca atención a las primeras lecturas de la Misa. Estos días escuchamos fragmentos de una de las epístolas de san Pedro. Y aquí se dice algo impactante, un lenguaje duro: “os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres”.

La experiencia nos indica que no nos gusta que nos llamen la atención, que nos hagan caer en la cuenta de nuestros errores o, como es el caso, que se nos recuerde que nuestra vida, de alguna manera, era totalmente una farsa. Aunque san Pedro aquí no está riñendo a sus destinatarios, sino al contrario recordándoles cuál era su situación anterior y cuál la actual, nosotros sí que podemos preguntarnos si nuestro proceder no será verdaderamente inútil. Aquí inútil tiene el sentido de lo inconsistente, de lo que no conduce a ninguna parte, de lo que se realiza, igual con grandes esfuerzos e ilusión, pero que en definitiva resulta vano.

Cada vez que nosotros nos apartamos de Cristo para construir nuestro propio proyecto caemos en esa inutilidad. El ejemplo bíblico que se me ocurre es el de los israelitas en Egipto. Trabajaban con ahínco en una obra totalmente inútil para ellos. No lo era ciertamente para la política del Faraón, que los necesitaba para sostener su gobierno y los utilizaba en provecho propio. Pero la vida de los israelitas, así esclavizados, era inútil para ellos mismos. No les servía de nada sino que, por el contrario, les negaba su propio ser y les impedía realizarse como personas y como pueblo. Después, en el desierto sintieron la tentación de volver a Egipto, a ese mundo sin horizonte donde, sin embargo, podían saciar su apetito inmediato. No tenían libertad pero podían comer a gusto.

San Pedro nos recuerda que hemos sido rescatados. Es Cristo quien, entregando su vida por nosotros, nos ha desatado de la esclavitud que hacía que nuestro corazón corriera detrás de bienes efímeros, porque constataba su impotencia para los grandes deseos, para la apertura al infinito que Dios ha puesto en él. Y al ser desatados podemos realizar lo que para el mundo s inútil, sin valor, y que, sin embargo, hemos de reconocer que llena de sentido nuestra existencia. Por eso dice el Apóstol: “amaos unos a otros de corazón e intensamente”.

Para que seamos conscientes de todo lo que podemos hacer, nos recuerda san Pedro, que hemos vuelto a nacer, “y no de una semilla mortal, sino de una inmortal”. El hecho del bautismo, que tantas veces olvidamos, está en la raíz de nuestra nueva situación. Hemos de volver continuamente sobre él, dándonos cuenta de lo que supone para nosotros. Cuando decimos que se perdonan los pecados por este sacramento, o que su recepción nos hace hijos de Dios, estamos señalando algo importantísimo. Si nos quita el pecado nos desata de lo que nos impedía vivir plenamente, si nos introduce en la familia de los hijos de Dios, nos coloca en el ámbito de lo infinito y de lo eterno, de lo que nunca pasa ni se desvanece.

Pidámosle a la Virgen María que nos ayude a comprender la grandeza del bautismo que hemos recibido. Y que ella nos eduque para vivir plenamente como hijos de Dios.