Sigo de vacaciones. Una treintena de sacerdotes de varios lugares de España que pasamos unos días rezando, formándonos, haciendo algo de deporte y hablando, sobre todo hablando. Los sacerdotes solemos hablar bastante pues escuchamos bastante. Ya estoy en la tabla media de edades, durante muchos años he sido de los jóvenes pero este año hay algunos insultantemente jóvenes. Así que hay muchas historias, muy ricas y variadas. Entre todos formamos parte de la historia de la Iglesia de España de los últimos cincuenta años. En medio siglo ha habido de todo por un lado y por otro. Ayer recordaba que cuando yo llegué al seminario los formadores tenían todos en su habitación un ejemplar de “El Capital”, de Carlitos Marx, cosa que a los jóvenes y a los mayores les cuesta creer. Te entraba complejo de drogadicto y por eso ibas a la fábrica de opio (el seminario). Pero bueno, la historia pasa y la perspectiva de los años te van dando idea de lo que perdura y de lo que desaparece, eso te hace vivir con más paz el presente.

“Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis.” No se tala un árbol por un solo fruto malo, pero si casi todo lo que ofrece es amargo más vale cortarlo y plantar otro. La historia pone a las personas y a las instituciones en su lugar y Dios y la Iglesia son muy pacientes. En ocasiones aparecen manzanas como las de Blancanieves, brillantes y apetitosas por fuera y llenas de veneno por dentro. Al poco pierden su brillo y si encanto, aunque haya a quien le guste la porquería y la podredumbre.

En nuestra vida no podemos esperar veinte años a ver si nuestras decisiones son o no acertadas, por eso es bueno saber discernir los espíritus y descubrir los signos de lo que Dios quiere y lo que no. Uno de los signos más claros del Espíritu Santo es la alegría. La tristeza no suele ser amiga de Dios. No hay que confundir la alegría con que las cosas no cuesten esfuerzo, o con no tener dificultades ni con que tengamos éxito o consigamos el aplauso de los demás. La alegría es algo mucho más profundo e interior, que se acaba manifestando en el exterior por supuesto. La alegría tampoco tiene nada que ver con que nos guste lo que hacemos, ni que seamos lo más efectivos, ni que veamos los frutos conseguidos. Muchos santos no han visto los frutos de su vida, sólo los ha visto Dios, y sin embargo han vivido alegres. Así que si te falta habitualmente la alegría seguramente no estés haciendo lo que Dios quiere. He visto a muchos curas muy comprometidos con su causa pero muy tristes. Unos años después no queda nada de todo lo que sembraron.

Josías encuentra el libro de la ley. “Id a consultar al Señor por mí y por el pueblo y todo Judá, a propósito de este libro que han encontrado; porque el Señor estará enfurecido contra nosotros, porque nuestros padres no obedecieron los mandatos de este libro cumpliendo lo prescrito en él.” Hoy el mundo se ha olvidado mucho de Dios y por eso hay tanta tristeza. Hagamos lo que Dios quiere para sembrar alegría.

La Virgen Madre de la alegría nos ayude a hacer siempre la voluntad de Dios y dar buenos frutos.