Como ya os comentaba ayer estoy en una convivencia con una veintena larga de sacerdotes. Ayer tuvimos retiro y me acordé de rezar por todos los que usáis estos comentarios. Hay algún diácono, curas jóvenes, los que ni fu ni fa entre los que me incluyo y algunos mayores, que ya han celebrado sus bodas de oro sacerdotales. Tengo que reconocer que los sacerdotes mayores son mi debilidad. Algunos repetirán mil veces las cosas, otros miran el ordenador como si fuese una herramienta de Satanás, otros se duermen cada vez que empieza una clase (bueno, eso con cualquier edad); pero son mi debilidad. Me gusta ver cómo rezan, su piedad, su entrega, su parsimonia ante la vida que pasa, su tranquilidad ante las noticias pues han visto tanto que ya saben que todo pasa. Cuando hablan de sus comienzos parece que estás oyendo una historia de hace cientos de años, pero es apenas medio siglo atrás. Y ahí están: fieles.

“El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa ; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.” Recién acabadas las dos casas construidas parecerían iguales, incluso mejor la construida sobre arena pues se había gastado menos en cimientos y habría puesto más adornos, los enanitos en el jardín y la tele de plasma. Pero pasado el tiempo la cimentada sobre roca allí seguía y la otra habrá desaparecido. Los que quieran saber cómo se hace una casa tendrán que ir a ver al que construyó su casa sobre roca. Cuidar a los mayores, sacerdotes o no, es signo de sabiduría. En ellos descubrimos la obra bien hecha, y la experiencia que se saca con los errores que se subsanan. Se descubre lo que es fundamental, lo que es el fundamento y permanece. Los adornos hasta se pasan de moda. ¿De qué le sirve al nieto creerse mejor que su abuelo porque sabe usar la Wii 16? Dentro de un par de años estará la Wii 54 y el chico joven estará anticuado. Los mayores -sacerdotes o no-, nos enseñan a valora lo que perdura y a no volver sobre nuestros pasos.

“Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad, y no como los escribas”. Jesús no era físicamente mayor al decir estas palabras, pero además de la sabiduría de Dios tenía la profundidad de los ancianos. Ya de pequeño se había ido a escuchar a los ancianos en el templo, dejando a sus padres desolados. Los cristianos, los que somos de Cristo, deberíamos pedir esa profundidad de la sabiduría. No actuar según nuestro carácter, sin meditar o reflexionar antes las cosas. No pensar que todo tiene que hacerse ya y de inmediato, ni pensarnos indispensables, ni despreciar lo que parece que no es útil. No podemos ser de una manera o de otra según la última moda, ni intentar que todos tengan nuestro mismo pensar. Ojalá pidamos hoy al Espíritu Santo los dones de ciencia, de prudencia, de consejo y de sabiduría para asemejarnos más a Cristo.

La Virgen está ya en cuerpo y alma en los cielos, ella nos enseña lo que de verdad permanece. Deja que te lo muestre en un rato de oración y contemplación de su mano en el día de hoy.