Hoy estaré casando a una pareja de dos en el Santuario de la Virgen de Guadalupe, en Cáceres. Iba a ser algo más tranquilo pero se va a convertir en ir y volver. De todas maneras espero que me de tiempo a rezar un poco tranquilo a los pies de la Virgen y poner a sus pies todos los trabajos que faltan hasta la consagración del templo parroquial. No quisiera terminar esta “tanda” de comentarios sin dedicar este a la Virgen, aunque las lecturas no hablen explícitamente de ella. Pero siempre que hablamos de Jesús al lado está su Madre, nuestra Madre.

«Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.» Estas palabras de Isaías que se cumplen en Jesús tienen la asistencia extraordinaria de la Virgen. Tal vez de las escenas más conmovedoras de la película de “La Pasión” es cuando ante una de las caídas de Jesús la Virgen se acerca corriendo a socorrerle y recuerda en imágenes alguna de las caídas de Jesús niño. Cuando la Virgen lavó el cuerpo de Cristo al descender de la cruz fue descubriendo cada una de las heridas de la pasión. Las más vistosas y las más ocultas. Las grandes como la lanzada y cada uno de los pinchos de la corona de espinas. Podríamos decir que la Virgen sigue lavando cada día el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, descubriendo sus heridas, grandes y pequeñas. Y después de descubrirlas y lavarlas con el aceite del cariño y de la esperanza llama a su Hijo que siempre contesta: “Voy yo a curarlo”. Y como el cuerpo glorioso de Cristo vuelve a quedar sin heridas, sin más marcas que las de la crucifixión que nos recuerdan a qué precio fuimos comprados.

Tenemos que dejarnos cuidar por la Virgen. Cuidar nuestras devociones marianas, tenerla en la cabeza, el corazón y los labios. Con María cerca tal vez descubramos nuestras heridas y ten la seguridad que serán curadas. Pero también descubriremos la belleza de la acción de Dios en el mundo y en nuestras vidas. Treinta años de vida oculta de Jesús fueron contemplados sólo por los ojos de María y de José. Ella, mejor que nadie, nos descubrirá que lo que nosotros muchas veces pensamos que es intranscendente, poco importante o fruto del azar o la casualidad, es en realidad una caricia de Dios.

Una madre no mira una herida con el asco con la que puede mirarla un desconocido. Ni con la mirada impersonal del médico, que tal vez cura pero a lo mejor recurriendo a la cirugía, sin paciencia. La madre descubre la herida, tranquiliza, pone calma en los nervios y acude a llamar a Aquel que cargó con nuestras enfermedades.

El trato diario y frecuente, casi constante, con la Virgen nos lleva a una intimidad más profunda con Dios. En este caso la mirada de la madre es la mirada del Hijo, que sabe que todo mal ha sido vencido.

Dejemos que la Virgen nos cuide y no nos separemos de su mano.