En el Evangelio de hoy se narran dos milagros de Jesús. En ese mismo capítulo del Evangelio de Marcos aparece aún otro y son muchos más los que recoge el evangelio. Pero en la escena que hoy nos ocupa descubrimos muchos aspectos interesantes. Jesús está rodeado de gente, aparecen personas que le dirigen súplicas, encontramos una mujer enferma que se acerca a él y tenemos noticia de otra que está muy grave y permanece postrada en su casa. La narración de Marcos nos da una impresión muy viva, y nos muestra al Señor actuando de manera incesante, a favor de los hombres. Apenas ha desembarcado, la multitud lo rodea y no le deja avanzar; la mujer enferma le arranca la curación a hurtadillas y, cuando Jesús pretende explicarle lo que ha sucedido le interrumpen mientras habla. Todo es vertiginoso y, en ese contexto resulta aún más llamativo que Jesús pregunte por quién le ha tocado.

Los discípulos se sorprenden por esa pregunta del Señor. Pero la pregunta de Jesús ayuda a que la mujer comprenda lo que ha pasado. Y Jesús no quiere que pase desapercibido, en bien de ella y de todos nosotros. ¡Cuántos bienes no recibimos de Dios sin caer en la cuenta! Por eso en el evangelio de hoy no sólo se nos enseña a pedir, sino también a reconocer lo que sucede en nuestra vida y a dar gracias por ello. Para entender bien lo que nos pasa, hemos de hacer como esa mujer enferma: encontrarnos cara a cara con Jesús. Sin esa entrevista imprevista la mujer hubiera vuelto curada a casa pero, ¿habría sabido que era por la acción de Jesús? ¿o quizás habría acabado atribuyendo a una casualidad o a los efectos retardados de algún curandero el no padecer ya flujos de sangre? Jesús nos enseña a revisar nuestra vida ante Él. No otra cosa es el examen de conciencia, sino el descubrirnos antes Jesucristo comprendiendo lo que verdaderamente nos ha sucedido.

Por otra parte, después de curar a la hija de Jairo, nos dice san Marcos que algunos “se quedaron viendo visiones”. Y esa es otra posibilidad para quien no se coloca ante Jesucristo desde la fe. Pasan cosas extrañas e inexplicables pero no alcanzamos a comprender su sentido. Pero es que era muy distinta la actitud de aquellos que se reían de Jesús cuando decía que la niña sólo dormía que la de la mujer que se acercó con fe y, después, confesó todo al Señor. De la perplejidad de unos no sabemos que se sigue, pero de la sorpresa de la mujer le viene el que pueda volver a casa con paz y salud. Esa paz que se experimenta cuando sabemos que nuestra vida no es fruto de una casualidad sino que es continuamente sostenida por el amor de Dios. Jesús la cura y le ofrece su amistad. La mujer primero experimentó un fuerza, pero después conoció a una Persona.

Por otra parte, san Pablo, en la segunda lectura, nos dice que Jesús, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos. Lo señala para que aprendamos a ser generosos, pero a la manera de Jesucristo. En ese momento escribe a los cristianos de Corinto alentándoles a dar dinero para los pobres de Jerusalén. El fundamento de nuestro amor está en Jesucristo. Pedimos, agradecemos lo recibido y damos. Todo forma parte de una misma dinámica de amor que encuentra su fuente en Jesucristo.