Hay un refrán que dice “quien regala bien vende si quien recibe entiende”. En esa expresión se falsea el principio de dar sin esperar nada a cambio. Pero, si la sabiduría popular ha forjado esa sentencia es porque, para muchos, la generosidad totalmente desprendida no acaba de ser asimilada. Quizás también a nosotros nos cuesta ser totalmente desinteresados en nuestras acciones. Me parece que nuestro punto de vista cambiaría si asimiláramos estas palabras de Jesús: “proclamad que el Reino de los cielos está cerca”.

El Reino está cerca porque está Jesús. Precisamente su presencia hace que todo sea nuevo, también nuestra relación con las cosas. Él nos muestra un amor totalmente nuevo. Dios nos ama gratuitamente y, nuestra vida está totalmente en sus manos. De manera instintiva tendemos a asegurarnos nuestro bienestar. Ciertamente toda persona ha de cuidar de sí misma pero la verdadera vocación de todo hombre es dar la propia vida. Sólo en la donación de nosotros mismos alcanzamos el cumplimiento de nuestra vida.

Jesús es quien nos enseña a hacerlo. En el Evangelio de hoy encontramos un mandato dado a los apóstoles. Son enviados para anunciar la salvación. Jesús también les dice: “curar enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos…”. Esos encargos superan totalmente las capacidades de los apóstoles, pero no importa. Ellos no han de realizar nada por sus propias fuerzas sino comunicando lo que han recibido gratis. Damos lo que se nos ha dado. Somos difusores del bien que hemos recibido. La lógica del amo, que tiene un poder sanador y transformador de las personas, ha entrado en el mundo y se va extendiendo mediante la Iglesia.

Al hecho de dar Jesús añade que las personas han de estar dispuestas a recibir. No sólo hemos de amar sino que hemos de dejarnos amar. Fijémonos en que se trata de recibir el amor de Dios. Por eso Jesús avisa a aquellos pueblos que se nieguen a recibir a sus enviados. Negarse a acoger el amor de Dios es lo que merece un mayor castigo: “el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y a Gomorra que a aquel pueblo”.

 Amar y ser amado son dos movimientos de lo mismo. Hay a quien no le gusta recibir, porque, en definitiva, dejarse amar significa estar dispuesto a cambiar la propia vida. Eso sucede de una manera especial cuando es Dios mismo quien acude a nuestro encuentro.

 Que la Virgen María nos ayude para que sepamos recibir al Señor que continuamente nos visita y para que aprendamos a hacer de nuestra vida una ofrenda generosa.