Hoy finalizamos la lectura del libro de Oseas. Los extractos que hemos contemplado estos días nos han mostrado el deseo de Dios de apartar a Israel de su infidelidad. Frente a la facilidad del pueblo elegido por ir tras de otros dioses encontramos la fidelidad de Dios, que no se desdice nunca de su alianza. Precisamente hoy se nos hace presente ese amor incondicionado de Dios, que proviene de su sola bondad y que no es causado por las criaturas. Dios nos ama porque es bueno. Nosotros podemos ser buenos porque Dios nos ha amado primero.

Escuchamos una llamada a la conversión. No hay amenaza de castigo sino que, por el contrario, el oráculo insiste en dar a conocer la misericordia del Señor. Israel no debe temer reconocer sus culpas ya que Dios siempre está dispuesto a recibirlo. Así se muestra ese amor de Dios que no cambia a pesar de nuestras debilidades. Junto a la petición de perdón se da el hecho de que han de reconocer que nadie fuera de Dios puede salvarlos. La referencia a Asiria, una nación más grande que Israel, una verdadera potencia lo indica. Por miedo a ser aplastado por otras naciones Israel tendía a establecer alianzas con potencias extranjeras. Ese hecho conllevaba dos cosas: por una parte significaba una falta de confianza en Dios, que era el único garante de su seguridad. Por otra parte al establecer esos pactos (que simbólicamente debilitaba el valor de la Alianza con Dios), corrían el peligro de corromperse con las costumbres y los cultos extranjeros. Por eso la petición de perdón ha de ir acompañada del reconocimiento de que sólo van a poner su confianza en Dios y en nadie más. Es bonita la expresión que se recoge en la petición de perdón propuesta por el profeta: “En ti encuentra piedad el huérfano”. Porque Israel, apartándose de Dios, quedaba verdaderamente como un huérfano, a merced de cualquiera que quisiera hacerle daño y, al mismo tiempo, incapaz de saber bien cómo obrar.

El salmo de hoy, el penitencial por antonomasia, remarca la enseñanza de la primera lectura. Para pedir perdón es necesario estar verdaderamente arrepentido y reconocer el pecado. Pero la culminación del perdón es algo que supera nuestra expectativa, porque Dios al perdonarnos nos da un corazón nuevo, nos renueva totalmente por dentro. Las expectativas del salmo se cumplen plenamente en Jesucristo, que une al perdón de nuestras culpas el don de la gracia y de la filiación divina.

Ese hecho también aparece prefigurado por la profecía, en la que Dios se presenta como “rocío para Israel”. Precisamente Dios va a devolver toda su belleza al pueblo y lo va a hacer porque lo ama profundamente. De ahí que Israel vaya a florecer de nuevo. Para nosotros contiene una hermosa enseñanza espiritual al mostrarnos que cuando volvemos al Señor después de haber pecado no sólo nos perdona sino que nos capacita para que demos abundante fruto espiritual. Así es el amor de Dios por nosotros, totalmente desproporcionado, generoso, sobreabundante…

Cuando leemos las enseñanzas del Antiguo Testamento hemos de mirar en qué medida son imagen de nuestra vida espiritual. De alguna manera Israel es figura de la Iglesia, pero también de nuestra alma. Pensemos en esa pregunta que aparece al final de la lectura: “¿Quién será el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda?