Mi 2,1-5; Sal 10; Mt 12,14-21

Fariseos planean el modo de acabar con Jesús. En el evangelio de Marcos suele ser con los demonios, ellos le reconocen como el Hijo, y, precisamente por ese reconocimiento fuera del designio Trinitario, muy otro al suyo, pide el secreto: llegará el día en que se levantará, y será cuando las cosas estén claras, esto es, en la cruz. Aquí, en cambio, se juega todo en el cumplimiento de la profecía. Porque ahí se hace realidad el envío definitivo del Padre hacia nosotros. Vimos cómo el moldeo de su carne por las Manos de Dios, hizo del cuerpo del Hijo modelo de nuestra propia carne. Por eso, en él, y en los avatares de su vida, se nos dona el camino de la salvación del pecado y de la muerte. Mas, en esta escena del evangelio, todavía falta un largo camino por recorrer, el que sube al Gólgota; el que le lleva a lo alto de la cruz. Por eso Jesús manda a todos los que cura que no le descubran, en este momento sería desbaratar el designio que Dios ha puesto en obra para la recreación del mundo, en el que nosotros, seres trinitarios, jugamos un papel tan importante.

¿Cuál? Los frutos de la redención y las uvas que darán lugar al vino del reino penden de nosotros, los sarmientos de la vid, bien entrometidos en la cepa, que es Cristo ¿Qué hubiera pasado sin el sí libre de María, que, durante un instante, todos, cielo y tierra, junto a la Trinidad Santísima, esperaron con expectación? ¿No es este sí ejemplo de nuestro sí libre? ¿No acontece también que somos espectáculo para las criaturas del cielo, incluso para la Santísima Trinidad, esperando el arranque y la consolidación definitiva de nuestro sí? El nuestro, claro, tenue e inseguro, pero dependiendo también por completo de la gracia. No somos nosotros como María, la-llena-de-gracia, pero sin la gracia, nada somos, nada hacemos; con ella, damos en-esperanza frutos de bondad. Por eso es tan importante que los caminos del Señor no se descubran, esto es, que todavía no se cante quién es, ¿quién eres, Señor, dinos quién eres?, y que en él se da cumplimiento a las profecías antiguas, porque su camino tienen que llegar a su final, la vuelta al Padre como el Viviente, el Resucitado, tras haber ofrendado en la cruz su cuerpo y su sangre para nuestro alimento en la Iglesia. Falta, pues, mucho camino por recorrer, y en él no puede haber prisas engañosas que todo lo desbaratarían. Judas Iscariote es actuante principal de ese desbarate. Tenía sus ideas de lo que hubiera debido ser el camino de Jesús, al que tanto había amado, y por eso lo vendió por treinta monedas.

Aquél día, nos dice hoy el profeta Miqueas. Un día que es el hoy de nuestra vida y de nuestro seguimiento. No desbaratemos las cosas del designio de Dios con nosotros y con el mundo. Pronunciemos también nosotros el sí de María. Un sí que pone nuestra vida, larga vida, compleja vida, vida llena de meandros y fragilidades, en las manos de Dios, quien nos creó con sus manos tiernas. Junto a la cruz de Cristo con María y el discípulo amado nuestro sí voluntario hace que seamos sarmientos pletóricos de racimos con los que se vendimiará el vino del reino. Por eso, que nadie quiera descubrir el maravilloso espectáculo de la gracia actuante en el mundo antes de que llegue su hora. La Hora de plenitud del Dios Trinitario.