En ocasiones planteas a jóvenes que se planteen la vocación sacerdotal o la religiosa, es un deber y un gozo de cada sacerdote. No buscamos a los mejores, que ya los mejorará Dios, pero sí a los que notas una cierta cercanía con lo espiritual. Plantearse la vocación concreta a la que Dios te llama es como dar un paso al agua, uno puede tener miedo de que las olas sean demasiado fuertes, se te olvide nadar o te de un calambre o que tal vez, en caso de necesidad estés solo y nadie te rescate. Sin embargo, quien no se lanza al agua jamás podrá saber cómo se encuentra en ella.

“Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: -«¡ Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! » Pedro le contestó: -«Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. » Él le dijo: -«Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -«Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: -«¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?»” Comprendo que para un joven (también vale para una joven que se plantee su vocación religiosa, pero no voy a estar danzando con el género), que piense durante unos instantes su vocación al sacerdocio le puede parecer que las aguas están demasiado agitadas y que prefiere quedarse en la barca. Hoy ser sacerdote no te da un buen sueldo, ni poco trabajo, ni abundantes vacaciones, ni una consideración social…, casi todo lo contrario. Siendo sacerdote vas a perder comodidades, seguridades y, en cierta manera, autonomía, pues te debes a los demás, a donde la Iglesia te mande. Uno puede optar por quedarse dentro de la barca más o menos cómodamente…, ¡pero Jesús está fuera!. Y si Jesús te dice hoy “Ven”, no tengas miedo de oleajes, rachas de viento, tempestades e incluso de hacer aquello que racionalmente es imposible, como andar por el agua. Ser sacerdote hoy no es para los pusilánimes o los que se achantan ante cualquier dificultad. Ser sacerdote hoy es mirar cara a cara al mundo, con todas sus miserias y debilidades, con todo su pecado y su indiferencia -en ocasiones desprecio-, hacia todo lo trascendente. Ser sacerdote es mirar a ese mundo y acudir a él aferrado de la mano de Cristo, sin miedo al oleaje y sin miedo a naufragar. Tal vez en ocasiones nos entren dudas, nos parezca una tarea demasiado grande para nuestras fuerzas o sintamos el cansancio de entregar toda la vida y todo en la vida. Pero entonces notamos la mano de Jesús que nos agarra de la muñeca y tira de nosotros hacia él mientras nos dice: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?»

Y por supuesto hay que volver a subir a la barca, que es la Iglesia, a confesar que realmente Jesús es el Hijo de Dios y se nos da como alimento en la Eucaristía, y nos aguarda en el Sagrario, y nos perdona en la penitencia y nos ofrece un rato de tertulia en la oración…, y volvemos otra vez a la faena.

El sacerdote (la religiosa) hoy no puede ser una persona que se arredre ante las dificultades, que se arrugue ante las críticas no que se oculte ante las difamaciones o desprecios. No puede buscar más seguridad que Cristo y nuestra Madre la Iglesia… y andaremos sobre las aguas. Los padres de jóvenes que puedan sentir la llamada de Dios no tengáis miedo, los dejáis en buenas manos, las de Jesús.

Y quien oye la llamada de Cristo se sabe en manos de María. Otros Cristos, pequeños, débiles, indefensos, pero en el regazo de tan buena Madre no hay nada que temer. No tengas miedo a decir “Si”.