Hoy leemos, en la primera lectura, la vocación de Ezequiel. Esta empieza con una llamada a la lealtad. Si Israel ha sido rebelde a causa de sus pecados, ahora al profeta, que ha de ser signo ante los demás hombres, se le pide que sea fiel. Lo primero que se le pide es que coma un rollo con sentencias que se entiende son de castigo, pues se habla de “elegías, lamentos y ayes”. El hecho de que se le pida que lo coma tiene un sentido espiritual, ya que, para predicar antes ha de asimilar el mensaje. San Jerónimo señala que los sacerdotes han de rumiar las Sagradas Escrituras para después poder explicarlas a los fieles.

Vale la pena, al respecto, una cita algo extensa de Pío XII: “Confirmen la doctrina cristiana con sentencias tomadas de los Sagrados Libros, ilústrenla con preclaros ejemplos de la Historia Sagrada, especialmente del Evangelio de Cristo Nuestro Señor –y todo esto evitando con cuidado y diligencia esas acomodaciones propias del capricho individual y sacadas de cosas muy ajenas al caso, lo cual no es uso sino abuso de la divina palabra–; expónganlo con tanto fervor, distinción y claridad, que los fieles no sólo se muevan e inflamen a ordenar su vida, sino también que conciban en sus ánimos suma veneración a la Sagrada Escritura”.

Al margen de esas enseñanzas dirigidas a quienes tienen la misión de predicar, podemos pensar cómo todos los cristianos estamos llamados a digerir bien la palabra de Dios. A veces leemos con prisas, o pasamos de largo cuando un texto no nos es inmediatamente comprensible. La lectura de hoy nos invita a detenernos ante la palabra de Dios y masticarla. En los últimos tiempos ha cobrado relieve un modo de orar procedente del monacato. Se trata de la lectio divina. Esta contiene varios pasos. Nos vamos a fijar en dos aspectos. Uno es la meditación. Como señala san Jerónimo se trata de rumiar. Los rumiantes introducen el alimento en su estómago y después vuelven sobre él para digerirlo mejor y extraerle toda la substancia. Cuando meditamos hacemos algo parecido, que es darle vueltas al texto que hemos leído. Pidiendo la ayuda del Espíritu Santo podemos extraer muchas enseñanzas de él, que además van orientadas a lo concreto de nuestra vida. Otro aspecto que incluye la lectio divina es complementar la lectura bíblica con textos de autores espirituales o del magisterio. De esa manera se abren muchas puertas en lo que para nosotros pueden ser callejones sin salida. Lo que nunca debe olvidarse es que haber sido la palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo, hemos de pedir su asistencia para acogerla en nuestro interior. Por eso la lectura de la Sagrada Escritura debe hacerse siempre en un clima de oración. No nos ponemos ante ella para estudiarla (eso lo hacen los teólogos y aún así se trata de un estudio muy particular), sino para escuchar la voz del Seor y dejar que transforme nuestra vida.

Precisamente el tiempo de verano, en que disponemos de más horas y no vivimos el trajín de la época de trabajo, es especialmente propicio para dedicar tiempo a la Sagrada Escritura. El efecto que produce en nosotros, cuando es asimilada, es el que expresa el profeta Ezequiel: “me supo en la boca dulce como la miel”. También el salmo hace referencia a cómo los preceptos del Señor “son mi delicia” o nos dice: “¡Qué dulce al paladar tu promesa, más que miel en la boca!”.