Miq 5,1-4a o Rom 8,28-30; Sal 12; Mt 1,1-16.18-23

¿Te refieres a una mística de la acción? No. Hablo de una mística de arrobamiento. ¡Qué cursilada!, puede que me digas, se entendería si al menos fuera de la acción. Pero de esa manera vivimos en el funcionariado, cuando el seguimiento de Jesús se da en el arrobamiento, en el enamorarse, en el esponjamiento del amor. María, la madre de Jesús, parecería no haber jugado baza en las cosas de Dios; o algunos cristianos, incluso entre nosotros,  así lo consideran: María es una nada en los evangelios y entender la mujer del Apocalipsis con las doce estrellas referida a ella es pasarse de frenada muchos largos. Dicen. Y se confunden por completo. Ella era la-llena-de-gracia, el Señor estaba con ella. Durante nueve meses vio crecer a su hijo, para ser la Madre de Dios. Allá estaba en pura discreción cuando se necesitaba de ella, A los pies de la cruz. Vio salir sangre y agua del costado muerto de Cristo. Reunida con los apóstoles cuando recibieron el Espíritu Santo. En asombrosa discreción. Con una mirada amorosa al Hijo de Dios. Lo suyo era arrobo místico que debemos comprender y vivir como ella, con ella. Quien no contempla a María junto a Jesús, ¿a qué Jesús ve?

Nos ha llamado conforme a su designio. Este sí que es designio de Dios: cómo alcanzaremos nuestra salvación y quién será nuestro Redentor. Este es nuestro ámbito de amor. Ahí está esa mística sobre la que rumiamos. En ese designio escogió a quien quería como madre de su Hijo. Pero no solo a ella, pues nos eligió a nosotros, a ti y a mí, indignos, pobres pazguatillos. Pues bien, sí, a nosotros nos predestinó a ser imagen del Hijo de María, a que, soltando el brazo izquierdo del clavo que le unía a la cruz, nos abrazara a nosotros, arrobados, de rodillas junto a él. Junto a María. Tal es nuestro camino místico, pero seguramente nos pasará como a Pedro, que demasiadas veces le negaremos y miraremos el espectáculo de la cruz por las rendijas de la lejanía. La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. El cuidado de Dios con ella la retuvo al nacer de cualquier mancha de pecado, santificándola; por eso pedimos que el amor y la gracia de su Hijo, hecho hombre por nosotros, nos libre del peso de nuestros pecados.

Estamos en el designio de Dios. Viene de antiguo. Se daba ya antes de la creación del mundo en los hablares amorosos de la Trinidad Santa. Porque desde siempre, si es que se puede poner esta palabra que hace referencia al tiempo, que es intramundano, es decir, creado,  hablando de Dios, se daba en nosotros el designio salvador. Y María, la madre de Jesús, y madre de Dios, era parte esencial de ese designio. Su carne lo era. Su dedicación al hijo. Su sufriente cercanía. Su asunción a los cielos en carne ya resucitada, primicia de lo que por la gracia, en su designio de elección, será nuestro camino. Ella fue la primera de nosotros en el camino de la gracia. Porque el designio es este: que a los que aman a Dios todo les sirva para bien. En este ámbito de arrobada mística es donde vivimos nosotros nuestra fe en Cristo Jesús. Contemplando, junto a María, al Hijo en la cruz. Encontrándonos, con ella, al Resucitado. Recibiendo al Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo.

Esta es nuestra mística. Esta es nuestra Iglesia.