Ayer hablaba con un chaval que después de unos cuantos meses sin probar las drogas se escapó del centro y en unas cuantas semana superó todos sus “récords” anteriores. Después de otras semanas sin consumir llega el momento de hablar. Se da cuenta que cuando está drogado está fatal, no se entera de lo que pasa a su alrededor, su novia perdió al hijo que tenía en las entrañas, estaba con su familia pero acabó de “okupa”, la vida se le escapaba de las manos cuando pensaba que la estaba viviendo “a tope”. Para los que no hemos probado un porro en la vida es muy difícil entender lo que tienen las drogas que atraen tanto para destrozar tanto. Sin embargo al poco de estar sin consumir suelen ser chicos (y chicas), nobles, simpáticos, sensibles e incluso los que creen en algo piadosos. Pasan de lo peor a lo mejor.

“No os llaméis a engaño: los inmorales, idólatras, adúlteros, afeminados, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios. Así erais algunos antes. Pero os lavaron, os consagraron, os perdonaron en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por Espíritu de nuestro Dios”. Tenemos que tenerlo claro, la santidad no es genética. No hay unas personas más predispuestas a estar cerca de Dios y otros más lejos. Todos somos pecadores, pero pecadores redimidos por Cristo. En tanto en cuanto aceptemos la Gracia de Dios en nuestra vida, dejemos actuar al Espíritu Santo el pecado se alejará de nosotros y viviremos cerca de Dios, nos tomará para sí y seremos suyos. Pero en ocasiones, como el drogadicto a la droga nos lanzamos y preferimos hacer el mal que no queremos y evitar el bien que queremos. Hemos sido lavados, perdonados y consagrados en Cristo desde nuestro bautismo, y tenemos que dejar que el Espíritu santo siga actuando en nosotros.

“Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles.” Para cada función, ministerio, vocación y servicio en la Iglesia es Jesús quien llama. Por nosotros podemos más bien poca cosa, aunque pongamos muy buena voluntad. En tanto en cuanto soy capaz de dejar que la gracia de Dios actúe en mi, seré capaz de hacer lo que Dios quiere y como lo quiere. Y comprenderé la misericordia entrañable, la debilidad propia y de otros, agradeceré las bondades de Dios y desterraré de mí la envidia, los complejos o las comparaciones. Nuestro plan es el de Dios y Él sabrá poner a cada uno en donde tiene que estar para que la salvación llegue a todos los hombres.

Lavados, consagrados, perdonados. Esos son nuestros títulos y nuestro orgullo. Sin Dios seríamos capaces de todas las atrocidades, con Él podemos cambiar el mundo.

Nuestra Madre la Virgen nos enseña las maravillas de Dios cuando miramos con los ojos de los humildes. Déjate guiar por ella.