Hoy volvemos a fijarnos en la primera lectura, del libro de los Proverbios. Estamos al final de este texto sapiencial y se subraya, en primer lugar la importancia de la palabra de Dios. Se dice de ella que es “acendrada”. Esta palabra significa que es pura, sin defecto. No podemos acudir a la Palabra de Dios confundiéndola con las palabras humanas. Cuando nosotros nombramos las cosas lo hacemos con imprecisión. Dios cuando nos habla se acomoda a nuestro lenguaje. Es por ello, por ejemplo, que muchas veces utiliza imágenes o comparaciones. Pero no podemos afrontar la palabra de Dios desde la premisa de que podemos discutirla. No podemos confundirla con una opinión. Es cierto que necesitamos que la Palabra de Dios nos sea explicada. A pesar de que Dios nos habla de una manera clara no siempre nosotros lo entendemos bien. A interpretar la Escritura se dedicaban los maestros de la ley en tiempos de Jesús y hoy lo hacen los teólogos y exegetas. Pero la Palabra de Dios no se cuestiona, sino que se busca entender cada vez mejor. Nosotros tenemos la ayuda inestimable de la Iglesia, que nos la va explicando. Tenemos su Magisterio y su Tradición. También tenemos el ejemplo de los santos y lo que vivimos en la liturgia. Tenemos la experiencia de cada día de un pueblo que camina dejándose guiar y conformar por esa Palabra.

Dice a continuación que Dios “es escudo para los que se refugian en él”. A veces leemos o escuchamos un relato de la Sagrada Escritura e, inmediatamente, a veces de forma inconsciente, actuamos para defendernos de lo que ahí se dice. Es así porque vemos que aquello nos afecta. Una de las características de la Palabra de Dios es que, al ser verdadera, desvela lo que hay en el interior de cada uno de nosotros. Así, por ejemplo, podemos encontrarnos con un texto que exige la total ordenación de nuestra vida a Dios y, como no lo hacemos, empezamos a tergiversar lo que allí se dice. O nos escondemos en la excusa de que el texto es difícil y vete tú a saber qué significa. Pero en este texto se nos propone otra cosa. Se nos dice, no te defiendas de Dios, sino que deja que sea Él quien te defienda. De ahí también la afirmación “no añadas nada a sus palabras, porque te replicará y quedarás por mentiroso”. En el salmo se habla de una manera parecida cuando rezamos reconociendo que la palabra de Dios es la lámpara que ilumina nuestros pasos. Querer caminar sin el socorro de Dios, amparándonos en la pretensión de nuestra autosuficiencia, conduce al error.

A continuación se pide que nos aleje de la mentira. Si hay algo peligroso para el hombre es deshabituarse a la verdad. Cada vez hemos de tener más claro que nuestra felicidad y la realización de nuestra vida pasa por un compromiso absoluto con la verdad. Hemos de querer saber qué somos, dónde nos encontramos, cómo hemos de actuar… El autoengaño es terrible para el hombre. Por eso ante la Palabra de Dios hemos de colocarnos con humildad, deseando ser instruidos por ella. El salmo de hoy abunda en esta idea. Y en ese camino de la verdad se señala la importancia de a frugalidad. Al pedir la ración diaria de pan se apunta a una petición del padrenuestro y se anuncia la necesidad de la Eucaristía. Si las muchas riquezas, y poner el corazón en ellas, puede apartar de Dios, la absoluta pobreza (que aquí podemos entender como la falta de los medios de la gracia), impide seguir la senda del Señor. Cada día necesitamos de su pan para mantenernos en el camino que Él nos indica.