Seguimos en el año de la fe, lo acabamos de comenzar. Últimamente me estoy encontrando con bastantes personas que, circunstancias de la vida, tienen que replantearse la fe. Dice el Papa en el Motu Proprio Porta Fidei: “Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas”, y continúa, “el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo.” Un buen año para que todos pidamos al Señor que nos aumente la fe y nos conceda el don de la conversión.

“El ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:- «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»” En ocasiones parece que nuestra fe debería ir al oftalmólogo. Lo que decimos de palabra, e incluso argumentamos en alguna discusión, parece que se nos nubla cuando tiene que hacerse vida. Lo que tenemos muy claro en la cabeza no es tan claro cuando se tiene que hacer práctica. Y entonces toca gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» Tal vez los que nos rodean nos digan que nos callemos, que busquemos otras soluciones o simplemente que nos resignemos. Pero esa sería la postura de los timoratos, los cobardes y egocéntricos. El mundo puede estar muy mal, nuestras circunstancias ser especialmente complicadas, puede parecer que la fe flaquee y entonces hay que gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»

Y el Señor que nos escucha dirá: «Llamadlo.»

Entonces la fe deja de ser un “complemento” para pasar a ser la realidad desde la que se nos abren los ojos y vemos la verdadera realidad. Lo que parecía imposible es posible. “Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán.” Por la fe veremos la realidad de la vida, oculta a nuestros ojos ciegos por el afán de controlarlo todo. Iremos de sorpresa en sorpresa, pues Dios es mucho más grande que nuestra vida, que lo que podemos prever e incluso esperar. La fe da sentido a toda la vida, y aunque haya una multitud de ciegos dispuestos a quedarse ciegos, nosotros queremos ver y no dejamos de clamar al Señor.

Virgen mía, madre de los creyentes, ayúdanos a ver.