Ya sé que no debería, pero ayer caí en la tentación y escuche la radio mientras me preparaba algo para comer. Entrevistaban a una religiosa, y no era en una cadena enemiga de la Iglesia, todo lo contrario, completamente a favor y en un programa religioso. Serían unos diez minutos de entrevista sobre la labor de esa religiosa. Pues en diez minutos ni una vez habló de Dios, de Cristo, del Evangelio y, porque el entrevistador preguntaba, dijo algo del Papa. Se llenó la cocina de frases como “construir ciudadanía”, “Interculturalidad” y solamente hablando de una sociedad multicultural dijo que estaba más cerca del “programa del Reino de Dios”. Me hubiera dado igual que fuese una religiosa que una activista de una ONG del Frente Anarquista de Albacete. Seguro que es una mujer buenísima, piadosa, entregada y llegará a los altares, pero parece que nos avergonzamos de Dios. Si a otra religiosa la llamaba “compañera” no sé por qué no llamó “camarada” al locutor.  Pero no me gusta hablar de estas cosas, prefiero las positivas…, aunque el Evangelio de hoy no parece de lo más positivo vamos a buscarle el lado bueno.

“Uno le preguntó: -«Señor, ¿serán pocos los que se salven?» Jesús les dijo: -Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Lo de la puerta estrecha parece que nos rechina un poco. Estamos construyendo (o destruyendo, no sé bien), sociedades del bienestar, cada día las cosas son más fáciles, las autopistas más anchas y aumentan los enfermos por sobrepeso. Hablar de cosas estrechas no está de moda. Sin embargo cada vez me encuentro con personas que se plantean radicalmente todo lo que les obra. No lo hacen sólo por un hartazgo de tantas cosas, sino porque se han encontrado con Cristo y lo demás va dejando de ser apetecible y se vuelve una carga. Cuando uno hace por primera vez el camino de santiago o una peregrinación larga a pie quiere echar en la mochila de todo, casi para cubrir cualquier imprevisto que pudiera surgir. a los pocos días de peregrinación, o cuando prepara el macuto para la siguiente, disminuye drásticamente el número de cosas que son necesarias, para ir ligero de equipaje y andar mejor. Cuando te encuentras con Cristo le sigues, Él marca la ruta. Tienes que acoplar tu paso al suyo y vas desprendiéndote de cosas que son superfluas. Abandonas el coche y la autopista y te adentras por parajes que sólo se pueden recorrer a pie, y te encuentras con vistas que sólo desde allí puedes contemplar, sombras para descansar y fuentes para beber. Los que siguen metidos en su coche, avanzando por la ancha autopista sólo ven el camión que tienen delante, respiran aire contaminado y, si el agua no se les ha olvidado, está caliente o tienes que pagar un alto precio en un bar de carretera donde te atienden rápido y sin interés. Al final tal vez lleguemos al mismo destino, he incluso lleguen antes, pero la casa de Cristo estará cerrada, sólo han entrado sus amigos compañeros de viaje. Por eso el viaje de la vida podemos hacerlo confesando a Cristo o siguiendo a todo el mundo, pero la puerta estrecha sólo se atraviesa si somos capaces de seguirle a Él y confesar su nombre. Si le seguimos no escucharemos el “No sé quiénes sois,” sino un “Pasa amigo, hijo, hermano, te estaba esperando, disfruta aquí del descanso eterno”. La puerta estrecha nos ayuda a no separarnos mucho de Cristo, a vivir muy pegados al Señor.

Que nuestra Madre a Virgen nos ayude en este camino de la fe a caminar hacia la puerta estrecha, a quitarnos de encima todo lo que nos estorba y no es tan “imprescindible” y a no avergonzarnos nunca de seguir a Cristo…, aunque todos vayan por la autopista.

¿Te has vestido hoy de monstruo? Pues ahora vístete de hijo de Dios.