Hace unas semanas hemos iniciado el año de la fe convocado por Benedicto XVI. Cuando el Santo Padre llama a toda la Iglesia a un acto de este tipo, hemos de ser especialmente sensibles a lo que nos dice. Recientemente también finalizó el Sínodo dedicado a la nueva evangelización. En el mensaje final se tenían en cuenta a los que se incorporan a la iglesia y se inician en la vida cristiana mediante los sacramentos, también a todos los alejados que en este momento son muchos, sobre todo en los países de tradición cristiana. Pero también se hace mención explícita de los cristianos que se han apartado de la celebración y han visto debilitada su fe. Para mí esta convocatoria del Papa es muy importante. Me parece que apunta a un hecho esencial, que es que ya no podemos dar por supuesta la fe de nuestro entorno y que, quizás, también la nuestra debe crecer mucho más. No siempre las convocatorias papales gozan de la misma atención. En algunas ocasiones nuestra sensibilidad está más atenta, como cuando Juan Pablo II nos llamó a todos a celebrar los dos mil años de la Encarnación. También hubo muchos actos especiales, como la jornada mundial de la juventud, que dieron mayor relieve a la iniciativa. Sin embargo, sería una pena que nos pasara desapercibida la llamada del Santo Padre.

Precisamente en el evangelio de hoy aparece el tema de la fe y de una manera muy singular. Porque la inicio de la escena que contemplamos encontramos unas enseñanzas de Jesús que podríamos calificar como morales. En primer lugar alerta del mal que supone escandalizar a otro. Escandalizar equivale a poner la zancadilla para hacer caer a otro. Escandalizar aquí tiene el sentido de incitar a pecar, de quitar la importancia a las cosas de Dios o de, con nuestro comportamiento, provocar indiferencia o desprecio hacia la religión. Escándalo es lo que han provocado los sacerdotes que con su conducta sexual han hecho daño a otros y les han dañado profundamente. Pero también lo es todo comportamiento con el que, ante los demás, dejamos de vivir según nuestras convicciones. Después Jesús habla de que hemos de perdonar a quienes nos ofendan, y que hemos de estar dispuestos ha hacerlo siempre. A ello se refiere con el término “siete veces”, que equivale a siempre.

Hasta aquí parece como si todo fuera un tema meramente moral, referido al comportamiento. Sin embargo, cuando los apóstoles escuchan esas enseñanzas le hacen una petición: “Auméntanos la fe”. Es como si inmediatamente hubieran visto, con claridad meridiana, que la vida moral es imposible de sostener sin una firme adhesión a Jesucristo, sin una profunda fe. No basta con el buenismo de las intenciones ni con un esfuerzo voluntarista. Necesitamos de Cristo, de fiarnos plenamente de Él en toda circunstancia para ser capaces de vivir como Él nos ha enseñado con sus palabras y su ejemplo. Los apóstoles lo ven claro.

Y Jesús les responde diciendo que si tuvieran “fe como un granito de mostaza”, podrían hacer cualquier cosa, incluso lo que parece imposible. En este año de la fe, estas palabras deberían resonar con especial fuerza en nuestro interior. Tantas veces nos bloqueamos pensando que nos es imposible cambiar, o una iniciativa apostólica, que debemos reza: “auméntanos la fe”. La convocatoria de Benedicto XVI es una invitación muy oportuna para todos nosotros.