Ap 11,4-12; Sal 143; Lc 20,27-40

¿Qué significan las palabras del Apocalipsis? El santuario de Dios, al que se refiere la profecía de hoy, nunca será destruido, lugar seguro para los cristianos que en él adoran a Dios; mas los cristianos no fieles quedan a merced de sus enemigos. Contexto de persecución, peligro de apostasía. Cuando nos quiten la vida a los cristianos, ¿sucumbiremos y seremos reducidos a la mera nada? No, porque Dios nos resucitará y glorificará (Manuel Iglesias). Si alguien quiere hacer daño a los dos olivos y los dos candelabros que están en el santuario, echarán fuego por la boca y devorarán a sus enemigos. Porque Dios no dejará solos a sus fieles. Lucha campal entre el Anticristo y sus huestes, por un lado, y Cristo y los suyos, por el otro. Derrota fatal y completa de los enemigos, cuyos cadáveres yacerán en la calle, y todos los habitantes de la tierra se felicitarán por esa victoria. Pobres lectores del libro del Apocalipsis, enseguida perseguidos a muerte; los apóstoles Pedro y Pablo fueron martirizados entonces. ¿Viviremos en la pura obscuridad, asustados, vencidos, masacrados, olvidados por los que nos mandan? Este libro tan singular quiere darnos ánimos, que nunca olvidemos cómo el aliento de vida mandado por Dios entrará en nosotros y nos pondrá de pie, en medio del terror de nuestros enemigos, que nos creían vencidos para siempre. Y oiremos una voz fuerte que nos dirá: Subid aquí. Y subiremos al cielo en una nube, aunque en el martirio, para pasmo de nuestros enemigo. Voz de consuelo. ¿Consuelo meramente virtual, producto de una imaginación irrísona, vana, engañadora, que sirve para un bizquear de ojos? Pero ¿es que el Señor nos va a abandonar a la suerte que nos concedan los enemigos victoriosos? Camino de gloria el del martirio. Camino de resurrección y de vida eterna. No os asustéis, no penséis que habéis quedado en manos de los enemigos para que os destrocen, no tengáis miedo. Yo estoy con vosotros.

Por eso, ya desde ahora, toda liturgia nuestra, pequeña, a escondidas, quizá, en la negrura de la vecindad de una muerte que nos quiere arrebatar, en la pura derrota, es celebración de la liturgia celestial del Cordero degollado. También él fue colgado en la cruz hasta la muerte, abandonado. Parecía vencido, pero la cruz fue el lugar de la victoria sobre el Anticristo. Y es en ella en donde también nosotros ganaremos la victoria definitiva. ¿Quién, pues, tendrá miedo? ¿Que te quieres hacer con mi vida? Bien, sin embargo, sábete que en su cruz, en mi cruz, está la victoria definitiva. Que en ella quedan derrotados para siempre nuestros enemigos; poderosos como parecían. No tengo miedo.

Bendito el Señor mi roca, mi bienhechor, mi alcázar. Tú estás conmigo y nada temo.

Vistas las cosas desde acá, todo es distinto. Vivimos ya la vida futura, donde no podemos morir. Todo lo que vivimos, pues, es distinto, puede ser distinto, porque en lo que hagamos, estaremos participando en la liturgia del cielo. Nuestros gestos, nuestras palabras se transformarán. El vaso de agua, el pequeño gesto de ternura, el dar la vida por los otros, tiene una tintura que resplandece con la vida de la liturgia celeste. Ese vaso, ese gesto, conmigo lo hacías. Subid aquí, nos dice la voz que viene de lo alto, porque participáis ya desde ahora en la resurrección. Dios no lo es de muertos, sino de vivos; para él, todos los que caminamos tras Jesús estamos vivos para siempre.