1Ju 2-18-21; Sal 95; Ju 1,1-18

¿Final de qué?, en estos momentos de dicha por la encarnación del Logos, del Verbo, ¿se nos ofrece de pronto el final?, ¿el final del mundo?, ¿de mi vida y de la tuya? No, es el momento final de la prehistoria, porque entramos en la historia. Todo apuntaba a la encarnación del Hijo, pero como en una prehistoria todavía obscura, en la que faltaba la presencia salvadora del Logos, del Verbo, de la Razón, que se ha hecho ahora carne entre nosotros en el seno virginal de María, su madre, y que vemos sostenido por su pequeña familia, a la que ocupará durante años y años, antes del salto a la vida pública. Todo se nos hace cumplimiento. Todo se nos da en luz clara. Ha comenzado nuestra historia definitiva, la que construimos junto a Jesús, el Hijo, la Palabra de Dios, que todo lo hace luminoso. ¿Momento final? Sí, porque ya no hay sino un definitivo seguir adelante en la delicada línea de la historia. Historia de Jesús y, junto a él, historia nuestra. Línea expresiva que nos señala el punto de llegada: el reinado de Dios. Jesús, al que ahora contemplamos en la pequeñez de su carne, apenas si un minúsculo ser que sonríe cuando está satisfecho y con grandes gritos pide mamar cuando tiene hambre, que va a ir creciendo a ojos vista. Al que descubriremos puesto a la cola de los que van a que Juan los bautice. El que inicia ese camino de cruz y de resurrección

¿Momento final porque todo se para y queda fijo en lo que acabamos de ver? No, momento en el que el tiempo se nos hace historia de salvación. Antes, estábamos en presupuestos y supuestos. Ahora, en realidades plenas. Hay apremio, la vida de Jesús nos abre las puertas de la historia, las de nuestra propia vida. Ya no andaremos por los tiempos sin ver, como con ojos enturbiados. Se nos ha donado una luz. Luz que ilumina al manoncete nacido y puesto en la pobreza del pesebre, Jesús, el Hijo, para que vayamos tras él a lo largo de su vida y de la nuestra.

En la encarnación del Verbo, sin embargo, todavía no se nos ha donado todo, aunque sin ella nada más, no habría comenzado la historia de nuestra salvación. Puerta del hacer. El Hijo, el Verbo de Dios, su Palabra, el Logos, se nos hace visible en la carne; como carne. Algunos pensaron que ese rollito de carne era solo una virtualidad en la que solo estaba lo que es de Dios, pera en nada había en él de humanidad carnal. Les parecía que Dios no puede descender a esa carne; desmerecería. Otros piensan que solo es eso, carne, carne señalada y elegida por su hermosura para que haga funciones de Logos, pero en ella, les parece evidente, solo hay lo que haya en ti o en mí, aunque con una ayuda y gracia especial de Dios, pues ha encontrado en él al más bello de los hombres que han nacido. Una y otra postura rompen el Misterio de la encarnación; quiebran para siempre la realidad del Misterio de muerte en la cruz y de resurrección. Niegan el Misterio de Dios. Momento final en el que se nos da la fe plena, para con ella ofrecérsenos la gracia justificatoria conque viviremos la plenitud de nuestra vida. En el Misterio de la encarnación comienza la historia en la que el pecado y la muerte han sido vencidos.