En el Evangelio de este domingo leemos: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Estamos acostumbrados a escuchar promesas que no sabemos si se realizarán algún día y, en ocasiones, envolvemos la realidad con palabras. En 1971 dos artistas, Mina y Alberto Lupo, interpretaron un tema titulado “Parole, parole, parole”, que se refería a las palabras huecas, que pueden sonar muy bien pero que no dicen nada. Lo propio del lenguaje es que exprese la realidad de las cosas, pero no siempre es así. El lenguaje es utilizado a veces para engañar, para encubrir y disimular. Puede suceder que las palabras acaben desfigurando totalmente la realidad y, sabemos por la historia, los discursos de la propaganda en ocasiones han manipulado a sociedades enteras y han sido la causa de muchos males individuales y sociales.

El Evangelio no son sólo palabras. Jesús, tras leer en la sinagoga de Nazaret un pasaje de Isaías, señala que todo lo anunciado se realiza en su persona: Él es la Palabra. Por eso la lectura de las Escrituras nos conduce siempre a su persona. Leemos o escuchamos la Biblia para encontrarnos con Cristo, para conocerlo y amarlo. Al mismo tiempo, la Palabra de Dios tiene un poder transformador.

Leemos que Jesús “se puso en pie para hacer la lectura”. En las celebraciones, tras la proclamación de las lecturas, se dice “Palabra de Dios” o “Palabra del Señor”. Es importante tenerlo presente. Es Dios quien nos habla. Aunque los textos se hayan ido fijando a lo largo de los siglos, y respondan a determinados contextos históricos, como apunta san Lucas al inicio de su Evangelio, también es cierto que hoy, al leerlos, es Dios quien nos habla. El amor con que la Iglesia custodia todo el depósito de la revelación señala su certeza de que es una palabra divina. Hemos de estar agradecidos por ese don.

En la encíclica Spe salvi, Benedicto XVI se pregunta si la esperanza cristiana sólo nos aporta información o también cambia nuestra vida. Lo que allí dice se puede aplicar a toda la Sagrada Escritura. Dios al hablarnos no sólo nos enseña cosas sino que va transformando nuestra vida: es preformativa. Jesús lee un texto profético que anuncia la liberación de todos los oprimidos. Esta va a ser posible porque hay un enviado que ha sido ungido por el Espíritu del Señor. Jesús es la Palabra y es el Ungido. Por eso todo lo que nos dice nos va modelando y transformando.

Ciertamente hay que colocarse ante la Palabra de Dios con actitud de escucha. La primera lectura ilustra como el pueblo de Israel estaba deseoso por escuchar la Ley de Moisés. La proclamación provoca que se emocionen y lloren. Redescubrir que es Dios quien se dirige a nosotros nos ayudará a que podamos experimentar su presencia. La prueba de la verdad del Evangelio es que se cumple. Con el salmo rezamos: “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón”. La Palabra que sale del Corazón de Dios se dirige al nuestro para dar respuesta a todas nuestras inquietudes, para iluminarnos y salvarnos.

El cumplimiento anunciado por Jesús se da en nosotros que entramos a formar parte de la Iglesia. San Pablo, en la segunda lectura,  nos habla de la pluralidad de carismas que hay en ella y de cómo todos se ordenan a la edificación.