En la primera lectura, de la carta a los Hebreos, se nos invita a pasar del temor a la confianza. Se contrapone el monte Sinaí, en el que Dios entregó las tablas con los mandamientos al pueblo e Israel, al monte Sión. Precisamente se contrapone el ambiente “terrible”, que llevó a Moisés a temblar de miedo, a la nueva situación para que no tengamos miedo de acercarnos a Dios. No se dice, en ningún momento, que lo sucedido en el Sinaí fuera malo. Sabemos que fue una manifestación de la misericordia de Dios, mostrando su preferencia y cercanía por Israel. Lo que se quiere es subrayar otra cosa: como Dios, en su revelación progresiva, nos ha ido mostrando cada vez de forma más clara su amor y que, por tanto, hemos de acogernos a él sin ninguna reticencia.

Para los destinatarios de la carta las imágenes son muy claras, pues tenían en mente ese hecho tan importante en su historia. Ahora se subraya como aquel paso de Dios, que suscito una alegría inmensa en Israel, pues hablaba de un Dios cercano, ha ido aún más lejos. En Cristo Dios se ha hecho mucho más cercano a nosotros, al asumir nuestra humanidad. Pero, también, por el sacrificio de su Hijo, nosotros podemos acercarnos mucho más a Dios. Al final del texto se nos habla de Jesús, como Mediador de la Nueva Alianza, y se contrapone su sangre a la de Abel. La sangre del inocente clamaba pidiendo venganza; la sangre de Cristo, por el contrario, ofrece reconciliación. En su sangre hemos sido salvados; Él nos ha redimido.

El sacrificio de Cristo es el que nos ha permitido la cercanía con Dios. Esto tiene que llenarnos de una absoluta confianza. Precisamente cada día la Iglesia celebra el Sacrificio de la Misa. Y las gracias que nos vienen de él son las que producen toda la fecundidad en la Iglesia. Es por la entrega de Cristo a favor de los hombres que la santidad sigue propagándose por el mundo. No sólo crece la Iglesia sino que también nuevos hombres y mujeres se benefician de la gracia de Cristo. También, al participar de la Eucaristía por la comunión, nosotros alcanzamos una cercanía muy grande con Dios. ¡Qué importante es prepararse para ese encuentro con el Señor! Ojalá fuéramos conscientes de todas las gracias que recibimos cuando comulgamos debidamente preparados. En la carta a los Hebreos se nos señala que por Cristo hemos tocado las realidades más altas. De hecho el Señor nos ha abierto las puertas de la vida eterna. Y, cuando comulgamos, al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, entramos en relación con ese mundo del cielo.

También hay una referencia a la comunión de los santos. Se habla de la “congregación de los primogénitos inscritos en el cielo”. Siempre tenemos el peligro de reducir el horizonte de nuestra mirada a lo que se nos presenta de forma inmediata, al mundo material que nos rodea. Olvidamos así que nuestra vida ya está en relación con Dios. Podemos vivir su presencia en todos los acontecimientos de nuestra vida intentando responder a las gracias que continuamente nos ofrece. Y contamos con la ayuda de los santos, que ya gozan de la visión de Dios. Por ello podemos afrontar nuestra vida diaria pidiendo su intercesión. No estamos solos en el mundo. Formamos parte de un pueblo que ha sido redimido. De ese pueblo formamos parte los que aún peregrinamos pero también quienes ya han llegado a la casa del Padre.