Hoy empieza el Cónclave. Antes de entrar en la Capilla Sixtina y de celebrar las sesiones de las que saldrá el nuevo sucesor de san Pedro, los cardenales celebrarán la Misa “Pro eligendo Romano Pontifice”. En la archidiócesis de Madrid, como en muchas otras, se ha pedido a los sacerdotes que también hoy utilicemos este formulario de la Misa. Dios quiere que le pidamos, y que seamos insistentes en ello. La elección de un Papa siempre es un momento muy importante en la vida de la Iglesia. Sentir con ella significa unirse a su vida. Por eso es importante que intensifiquemos nuestra oración estos días y por esta intención. Es Dios quien elige, pero lo hace valiéndose de mediaciones humanas. En este caso se trata de los 115 cardenales menores de 80 años que han asistido al Cónclave. Por eso hemos de pedir.

Cuando el P. Lombardi, que es el Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, anunció los horarios del Cónclave, nos dijo también que en varias ocasiones los cardenales van a rezar juntos. Podemos estar seguros de que habrá mucha más oración de la que se ha fijado oficialmente, pero esos momentos previstos nos indican que lo que se busca es escuchar a Dios y cumplir su voluntad. Nosotros también hemos de rezar estos días. Es también una reafirmación de nuestra fe en que es Cristo quien ha fundado su Iglesia y quien la acompaña en el camino de la historia.

A la espera del anhelado “Habemus Papam”, en la primera lectura de hoy encontramos una bella imagen. Ezequiel nos habla de un manantial que brota del templo. Se trata de unas aguas que cada vez cobran mayor volumen y que se dirigen hacia otras aguas, que son pútridas, pero serán sanadas. Ese río de agua propiciará que florezcan en sus riberas árboles frutales y convertirán las aguas salinas en dulces. Algunos autores antiguos, como san Jerónimo, han visto en esas aguas una imagen de la Sagrada Escritura, que tiene el poder de sanar, porque contiene un mensaje de salvación. Igualmente el caudal que está a punto de anegar al propio profeta por su abundancia, nos señala como la fuerza de esas aguas supera la capacidad humana. Y, por supuesto, todo lo que contienen, que procede de Dios, vivifica a su alrededor.

Al pensar en esas aguas nos viene también a la mente el misterio de la Iglesia. Esta ha nacido por un designio de Dios. Y tiene la misión de administrar los bienes de la redención de Cristo. Cada día, en la celebración de la Eucaristía, se derrama desde la Iglesia el fruto del sacrificio de Cristo a favor de todos los hombres. Y la gracia que nos viene de Cristo genera un río de santidad. De la unión con el Señor florecen multitud de vocaciones santas, que dan frutos abundantes de obras de caridad. No debemos olvidar ese poder de la gracia, capaz de transformarlo todo, de sanar al hombre más pecador y de propiciar cambios sorprendentes en realidades que están teñidas por el misterio del mal. Igualmente la visión del profeta nos sitúa en la perspectiva de que se trata de una sanación total en la que vuelve a brotar la vida. Aquí podemos ver una referencia a la vida divina que nos trae el mismo Cristo, y que restaura totalmente nuestra condición humana elevándola.

En este tiempo de Cuaresma, en el que también oramos por el próximo Papa, estos textos hacen que nuestros corazones rebosen de esperanza.