En la primera lectura se nos presenta, en la persona de Jeremías, una figura de Cristo. El profeta fue perseguido por ser fiel transmisor de las palabras de Dios y anticipaba la pasión de Jesucristo. Hay un sufrimiento del justo, del inocente, que es asumido voluntariamente en aras a la salvación de los hombres.

En el mundo muchas personas padecen injustamente. Algunos son víctimas de desastres naturales o enfermedades; otros son perseguidos y, de entre estos, algunos lo son precisamente por su amor a la verdad y su bondad.

En el Evangelio se nos dice que querían prender a Jesús. Temían sin embargo la popularidad del Señor, consecuencia de su misericordia y de los milagros que había realizado. En ese contexto vemos a muchos que no acaban de decidirse y discuten entre ellos sobre si merece que lo detengan o no. Esa disparidad de opiniones no nace de la persona de Jesucristo, sino del hecho de que cada uno de nosotros ha de responder ante su persona. Hemos de decidir si queremos estar con Él o no. La situación que planeta el evangelio es especialmente llamativa porque, a diferencia de otros momentos, en que se plantean situaciones semejantes, el contexto es peligroso: hay guardias y hay una intención por parte del poder de acabar con el Señor.

A pocos días de la Semana Santa, donde contemplaremos el abajamiento extremo de nuestro Salvador, podemos reflexionar sobre si nosotros elegimos a Jesús y queremos permanecer con Él en todas las circunstancias. No nos engaña y por eso nos indica que junto a Él pueden venir las persecuciones. En la escena de hoy Jesús no dice nada, pero está en boca de todos. Los fariseos llegan a maldecir y a tratar de ignorantes a la gente sencilla que confiesa sin ambages la medianidad de Jesús. Los soldados no se atreven a reducirlo porque les asombra su lenguaje, Nicodemo hace una tentativa de defensa… ¿dónde estamos nosotros?

Sin duda deseamos estar junto al inocente. La primera lectura y el salmo nos indican que en nuestra identificación con Cristo podemos sufrir también persecución e incomprensiones. Pero debajo de lo que acontece a los ojos del mundo hay un hecho y es que allí, junto a los que sufren está el Señor, y se realiza la salvación.

Acaba de iniciarse el Pontificado de Francisco y ya han salido acusaciones contra él, inmediatamente desmentidas por la Santa Sede y por muchas personas que le conocen. La figura del Papa es cuestionada de forma sistemática. Hay como una campaña ininterrumpida por descalificar a quien representa a Cristo en la tierra. No es algo nuevo que pueda cogernos desprevenidos, pero sería peor que estuviéramos indefensos por acostumbrados. Mantengamos el espíritu y el ritmo de oración que, a buen seguro, hemos seguido durante estos días. Sigamos pidiendo por la Iglesia y por el Papa, para que el Señor lo sostenga y lo libre de sus enemigos. Que el Papa Francisco pueda gobernar la Iglesia en paz y así sea instrumento de un aumento de santidad en todos nosotros y de expansión del evangelio por el mundo.