Durante el día de ayer todos estuvimos pendientes de la misa de inicio del Ministerio Petrino oficiada por el Papa Francisco. Este Papa nos está sorprendiendo por sus gestos de cercanía a la gente, especialmente a los enfermos y necesitados, ya también por su lenguaje sencillo pero que transpira una profunda espiritualidad. El Papa partió de la figura de san José, que fue fiel custodio de la Sagrada Familia, y también custodia todo el Cuerpo Místico de la Iglesia, para recordarnos que todos hemos de ser custodios: del otro, de la entera creación y de nosotros mismos. Y nos recordaba la ternura y bondad que irradia la figura de san José. Fácilmente podemos encontrar el texto de la homilía completa del Papa en internet y vale la pena leerla. Siempre hemos de estar atentos a las enseñanzas del sucesor de Pedro.

Ese deseo y necesidad de permanecer fieles a las enseñanzas del magisterio es una exigencia de nuestra fidelidad al magisterio. Dice Jesús: “Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. En Cristo está la plenitud de la verdad. No sólo Él es la verdad, sino que también la verdad de cada hombre, como recordaba el Concilio Vaticano II, se encuentra en Cristo.

Pero la escena del Evangelio de hoy explica algo curioso y hasta cierto punto difícil de entender. Se nos dice que quienes habían creído en Cristo deseaban matarle. Es un diálogo de Jesús con los judíos. Estos, se resisten a entender la libertad que les trae Cristo. Se saben descendientes de Abrahán, y por tanto miembros del pueblo elegido. No comprenden que hay una libertad más grande, y que las promesas hechas al antiguo patriarca se realizan en Jesucristo. Leyendo este diálogo pensaba en el peligro que todos tenemos de desfigurar la fe o de no ir más a fondo, de conocerla con mayor profundidad. Precisamente nos encontramos en el Año de la Fe, convocado por Benedicto XVI. Una de sus finalidades es que todos los fieles podamos ahondar en las verdades que creemos, y así vivirlas mejor y ser capaces de transmitirlas a los demás.

Jesucristo nos quiere conducir a un conocimiento más profundo de su persona y de sus enseñanzas y, de esa manera, mantenernos más unidos a su persona. De alguna manera parece como si aquellos judíos, que creían en él, se resistieran a ir más lejos. De hecho Jesús les está hablando de su filiación divina. Ya no se trataba de ser hijos de Dios por pertenecer a un pueblo, según la promesa hecha a Abrahán, sino de entrar en la filiación divina. Esta nos viene a través de Jesucristo. Siendo Él el Hijo de Dios, nos da la posibilidad de participar de su gracia. Por eso, continuamente, nos hemos de dejar conducir por Cristo hacia la intimidad de su corazón. Las verdades de fe que conocemos pueden ser interiorizadas y profundizadas sin límite, porque tratan del misterio de Dios, que es insondable. En ese camino nos ayuda la Iglesia con su magisterio, al igual que las enseñanzas de los santos y la misma vida cristiana.

Al mismo tiempo el conocimiento de Cristo nos da una mayor libertad. Esta se muestra sobre todo en la vivencia de la caridad. Lo que nos esclaviza es el pecado, que nos ata por dentro. La pertenencia a Cristo nos permite llevar una vida como la suya, en la que gana el amor a Dios y a nuestros hermanos.