Éx 12,1-8,11-14; Sal 115; 1Co 11,23-26; Jn 13,1-15

Todo parece trastocado, el evangelio de Juan, a quien le correspondería relatar la última cena, no lo hace, y Pablo, en vez de largas y maravillosas consideraciones teológicas de amplios vuelos, nos relata humildemente la tradición que él ha recibido. Juan da por sentado que sus lectores conocían ya un evangelio, posiblemente el de Marcos, por eso quiere explicarnos el sentido que el Señor quiso dar al evento grandioso de la última cena, que él rodea de amplias palabras de Jesús, para que comprendamos el sentido del sacrificio de la cruz al que ya estamos llegando. El Señor se pone a nuestro servicio, servicio de esclavo, de quien se ha rebajado hasta arrodillarse ante nosotros para lavarnos los pies. Y el Señor se da como alimento eucarístico. Su cuerpo y su sangre derramada por nosotros, son alimento celestial para nosotros. Y el Señor busca que nosotros hagamos como él, que nos pongamos de rodillas delante de nuestros hermanos, sobre todo los que más le necesitan, para lavarles los pies del fatigoso camino, y para que hagamos esto en memoria suya. El esto es entregarnos nosotros como él; hacernos también nosotros alimento y bebida para ellos, para que nuestra carne nutra su vida y su acción. Para que hagamos como él. Porque el sacramento de la eucaristía tiene esa doble faz: servicio y alimento. Hacer como él en nuestra donación a los que nos necesitan. Darnos como él en alimento, cada vez que, adentrándonos en la tradición que Pablo nos transmite, alguien necesita de nosotros. Se entrega para que nos entreguemos. Subirá a la cruz, para que subamos con él. Nos lava los pies, para que nosotros también los lavemos, haciendo como él.

¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Sí, Señor, respondemos con Pedro; aunque a trancas y barrancas, también nosotros debemos lavarnos los pies unos a otros; lo que él ha hecho con nosotros, hagámoslo nosotros también. Señal de amor. Conocerán que somos sus discípulos cuando nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado. Este es el mandamiento nuevo. Jesús se nos ofrece hoy como víctima de salvación redentora, y nos manda perpetuar esta ofrenda con el esto que haremos en su memoria, pues cada vez que celebramos el memorial de la muerte del Hijo se realiza la obra de nuestra salvación. Tal es la nueva Alianza sellada con la sangre de Jesús. Hoy comienza a hacérsenos visible lo que Pedro, Santiago y Juan contemplaron en la Transfiguración. Nos ha lavado los pies para que ascendamos al monte en donde para nosotros y para el mundo ha de resplandecer con la gloria de Dios mismo. Camino de sufrimiento que nos alcanzará el perdón de nuestro pecados y que nos salvará de la muerte. Hoy comienzan a ofrecérsenos los instrumentos diseñados desde antiguo mediante los que se nos donan el perdón y la vida. Hoy, mirándolos, comenzamos a ver de qué manera se nos propone la plenitud de nuestra imagen y semejanza. Hoy, contemplándolo a él en sus últimos pasos que le llevan de este mundo al Padre, comenzamos a recuperar el camino de nuestro ser en plenitud. Contemplándolo a él, quedaremos radiantes. Al Padre mucho le cuesta el camino de muerte del Hijo, pero le deja hacer, que se entregue por y para nosotros, pues de esta manera, en nosotros, por él, resplandecerá la creación entera, hecha ahora nueva. Hoy comienza el día largo del paso del Señor. Y caminaremos por él con los pies limpios que él nos ha lavado.