Hoy he vuelto a los Centros de Reclusión de menores para retomar la tarea. La salud y los líos del comienzo de la parroquia me han hecho tenerlo aparcado un tiempo, pues siempre me surgía algo, pero a partir del lunes comienzo otra vez a ver a los chavales. Espero que a ellos les venga bien, pero sobre todo me viene bien a mí. Muchos de estos chicos y chicas no han oído en mucho tiempo hablar de Cristo, de la fe, de que Dios les quiere a pesar de sus errores y que, aunque haya una condena judicial, pueden recibir el perdón. Hablar de Dios, de Jesucristo, de la acción del Espíritu Santo, del Evangelio a personas que te escuchan con pasión, que preguntan cosas que pueden parecer básicas, pero que entonces reciben frescura, todo eso me descansa. Puedo pasar horas sin fumar y no lo echo de menos. No sé cuántos habrá que no hayan hecho su primera comunión, pero también les prepararé para ese momento. Luego no los suelo volver a ver, cuando vuelven a sus vidas y a sus barrios, pero si de algo ha servido escuchar una palabra de aliento en este tiempo pues ¡Bendito sea Dios! El contraste con aquellos que vienen a traer a sus hijos a catequesis medio obligados por la sociedad (que no son todos, afortunadamente), y que cuando les hablas del Evangelio ponen cara da hastío es impresionante.
“Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado”. Muchas veces vamos a escuchar relatos del Evangelio relacionados con la Eucaristía en este tiempo de Pascua, unas cuantas veces la multiplicación de los panes y los peces. Puede ser un momento de aburrimiento: “¡Ya me sé el final!” o podemos aprovechar para dar frescura a nuestra participación en cada Santa Misa, sea diaria o dominical. Cuando uno es capaz de decir como Gamaliel: “Si es cosa de Dios, no lograréis dispersarlos, y os expondríais a luchar contra Dios.” Meditar en Pascua la presencia real de Cristo resucitado puede hacer que descubramos en cada celebración un encuentro nuevo con el Señor. La Misa no es nunca la misma, aunque digamos las mismas palabras, aunque repitamos los mismos gestos, aunque estemos las mismas personas. Tener el alma fresca para recibir cada palabra, cada gesto, cada don del Espíritu Santo, para llevar nuestra pobreza ante el altar y rebosar de panes y peces, de dones de Dios, en cada Eucaristía nos hará disfrutar de la Misa como una novedad diaria. Lo peor es cuando la Misa deja de ser de Dios para empezar a ser algo que yo hago por Dios y no Dios en mí. Cuando al entrar en la Iglesia podamos decir: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo”. La Pascua es un momento estupendo para disfrutar y gozar de Dios con las cosas de cada día y gozar mucho más de las cosas de Dios y de Dios en las cosas .
Muchas veces he comentado ese cuadrito que veía en el convento de La Cabrera de la primera comunión de la Virgen de manos de San Juan… ojalá podamos disfrutar como ella de cada encuentro con Cristo resucitado… «Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»