Hch 18,23-28; Sal 46; Jn 16, 23b-28

Apolo, curioso nombre para un judío, muy versado en la Escritura, oriundo ya de Alejandría, en Egipto, lugar en donde había una enorme comunidad judía. Incluso, luego, se formará en Corinto una facción eclesial partidaria de él y no de Pablo. Muy instruido en el camino del Señor; sin embargo, solo conocía el bautismo de Juan. Hablando en las sinagogas, exponía la vida de Jesús con mucha exactitud, mas le faltaba algo esencial. Por eso Priscila y Aquila lo toman por su cuenta y le explican con más detalle el camino de Dios. Estas breves líneas nos exponen la complejidad del nacimiento del cristianismo. ¿Qué le faltaba, siendo además algo tan esencial? El bautismo de Jesús, la pertenencia a la Iglesia de Dios y de Jesucristo. Conocía mucho de Jesús y se inflamaba hablando de él en las sinagogas. Conocía el bautismo de conversión de Juan. Mas le tuvieron que explicar con más detalle el camino de Dios, pues parecía haberse quedado en la periferia. El camino de Dios mejor conocido ahora es, sin duda, la Iglesia, sacramento de Jesús. Y, así, ahora, el vigoroso Apolo rebatía en público a los judíos, demostrando con la Escritura que Jesús es el Mesías.

Llama la atención esta figura, y nos deja un poco en la perplejidad. Encanta ver esa demostración suya, pues sabemos, por el mismo NT, que aquellos tiempos del comienzo estuvieron cruzados transversalmente por la cuestión del cumplimiento. Jesús en la cruz, a punto de morir, grita que todo se ha cumplido. ¿Qué es eso que se ha cumplido? No algo que viene de extramuros del pueblo de la Alianza. Algo se ha cumplido en ese mismo pueblo. Pero se ha dado ese cumplimiento en el extramuros de la ciudad santa, Jerusalén. El lugar de los ajusticiados estaba siempre fuera de los muros, fuera del recinto santo, para que quedara palmario, incluso visualmente, que quien colgaba en la cruz, había sido expulsado del pueblo elegido. En continuidad con las Escrituras, es verdad, pero debía quedar bien patente de parte de Dios que algo nuevo comenzaba ante los ojos de quienes veían aquel espectáculo (Luc 23,48). Se cumplía la salvación anunciada. Se cumplía que el desechado como inservible y nocivo, serpiente elevada en lo alto del madero en medio del desierto, era la piedra angular del nuevo edificio que, en substitución del antiguo templo y su liturgia sacrificial, nacía como templo del Espíritu con su nueva liturgia según el rito de Melquisedec. Mas, debía quedar clara constancia de que ese surgimiento de novedad, esa substitución, no era una ruptura, sino un cumplimiento. Por eso la insistencia de que Jesús es el Mesías. No de un pueblo distinto, sin nada que ver con el pueblo elegido, sino el mismo pueblo de la nueva Alianza, conseguida por Jesús muerto en la cruz.

Exponía la vida de Jesús con mucha exactitud. Hasta esto llama la atención. No lo sabemos, solo conocemos lo que nos dice el libro de los Hechos, pero para Apolo parece esencial la vida misma de Jesús, que conocía al dedillo, aún antes de que se escribieran los cuatro evangelios. Pero, nos podemos preguntar, ¿no parece haber un punto de discordia entre su predicación y la de Pablo? Este siempre nos habla de Cristo en la cruz. Apolo, en cambio, se diría que pone su énfasis sobre todo en la vida de Jesús, pero no en la cruz.

Si fuera así, ¿no habría una diferencia esencial?