Terminamos la Pascua y comenzamos el tiempo ordinario. Algunos llaman a los otros tiempos los “tiempos fuertes”, como si el tiempo ordinario fuera un tiempo débilucho, enfermizo, languideciente, en el que relajarnos y echarnos una siestecita. El jueves pasado fuimos a ver al escultor que está haciendo la imagen de la Virgen de la parroquia. Ya la tenía modelada en baro y ahora hay que pasarla a madera. Cuando uno ve el resultado final no tiene en cuenta la cantidad de horas de trabajo, de fallo, error y acierto que hay detrás. Una y otra vez el artista tiene que retocar el conjunto para que quede la imagen deseada. Algún día os pondré una foto de esa imagen de la Virgen con el niño dormido en sus brazos y mirándole con ternura de madre. Pues todas esas horas de esfuerzo, de trabajo, de falo y error son el tiempo ordinario.

“Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: -«¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?» Él les respondió: -«Esta especie sólo puede salir con oración.»” Si la Navidad, el Adviento, la Pascua y la Cuaresma son como las competiciones, el tiempo ordinario es el entrenamiento. Es el momento de decirle al Señor: -«Tengo fe, pero dudo; ayúdame.» y así alcanzar sabiduría. El Papa está citando muchas veces al enemigo, al diablo, que está muy trabajador en su tarea destruir la obra suprema de la creación, el hombre. Pues ahora es momento de armarnos con la coraza de la oración, la mortificación, la entrega, el servicio, la caridad y la misericordia, para vencer la batalla…, aunque Cristo ya la haya vencido nosotros tenemos que estar con él.

El tiempo ordinario es tiempo de oración, de hacer oración y de convertir nuestra vida en oración. En este mes de mayo cuidar especialmente el Rosario, que da fuerza y sabiduría. Y también cuidar la contemplación, la Adoración al Santísimo preparando el mes de mayo, el meternos en el corazón de Cristo ya cercano el mes de junio y el Sagrado Corazón. Y mirando a Cristo curar las enfermedades de este mundo, que puede parecer que duran demasiado, que están muy enquistadas en la entraña de nuestra sociedad, que tanto niega y reniega de Dios, que grita contra la transcendencia y se escuda detrás de muchos ruidos…, pero por encima de esos ruidos se puede escuchar: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en él. » y el mundo volverá a ser de Dios. Y para eso hace falta nuestra oración, la tuya y la mía. Oración intensa, comprometida, que abarque toda nuestra vida y la transforme. No tiene nada de ordinario el tiempo ordinario, es un tiempo excepcional.

De la mano de la Virgen recorremos este tiempo, con María no hay nada pesado ni monótono, ni demasiado duro o imposible. Con ella todo es nuevo…, pues hagamos nueva nuestra vida.