Hace unos años conocí a una persona que sabía de todo. Daba igual el tema: teología, música clásica y moderna, mecánica, sociedad…, de todo tenía conocimientos claros y distintos. O al menos eso parecía pues hablaba con seguridad y firmeza. Hasta que un día habló de un tema que yo sí conocía bastante bien, y me di cuenta que casi todo se lo inventaba. Es muy típico que hoy todo el mundo opine sobre todo, escuche poco y hable mucho. Se tiene cierto tinte de intelectual por no decir: “No lo sé” y afincarse en tu postura frente a viento y marea. Los teléfonos con Internet han limitado mucho las conversaciones de estos sabios y se han convertido en rápidos buscadores de la Wikipedia…, aunque esta tenga su misma base de conocimientos. El sabio sabe que no sabe de todo y tiene ganas de aprender. Algunas cosas sencillas se dominan en unos días, otras en unos meses, otras puede estar uno años aprendiendo sobre ellas y lo que realmente importa se pasa uno una vida aprendiendo y se da cuenta que aún no sabe nada.

Jesús les replicó: -«Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»  Esta respuesta de Jesús no es secretismo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos no se dan cuenta que se están metiendo en la intimidad de Dios. Quieren comprender a Dios completamente y pedirle explicaciones. A fin de cuentas ellos eran los estudiosos de Dios, los que querían saberlo todo, y los más pretenciosos no querían dejar espacio al Misterio de Dios, a que Dios fuese Dios y pudiese hacer las cosas según su recto entender. Por eso para muchos de ellos la redención era inaceptable, no entraba en sus cálculos que Dios muriese como un malhechor.

También nosotros pedimos muchas veces a Dios que nos explique con qué autoridad hace las cosas en nuestra vida. Le pedimos cuentas, explicaciones y exigimos “nuestros derechos”. No admitimos a un Dios que no entendemos o que creemos que no nos entiende. Eso no es sabiduría. La verdadera sabiduría sabe que a Dios nunca le vamos a encerrar en nuestros parámetros, a meter en nuestra cabecita o a exigirle que nos explique el devenir del mundo y de la historia. La verdadera sabiduría busca a Dios, se encuentra con él y se mete en el misterio de Dios. Cada día quiere saber más de él, pero sabe que nunca lo aprenderá del todo. Nos pasa con las personas, nunca llegamos a poseerlas del todo por mucho que las conozcamos, siempre nos pueden sorprender… ¡Cuánto más con Dios!

La Virgen conoce la verdadera sabiduría y por eso confía en la providencia amorosa de Dios. Que ella nos conceda –puestos ante el Sagrario-, pedir la auténtica sabiduría.