Dios nos ha amado con un corazón de carne. Esta noticia sorprendente es la que celebramos en la solemnidad de hoy. Por la Encarnación Dios se ha acercado a cada uno de nosotros y nos ha mostrado su misericordia. Las lecturas de este día muestran bien esa cercanía del Señor. En el Evangelio se nos presenta a Jesús con la figura del pastor que va en busca de la oveja perdida. Son muchas las ideas que nos vienen a la imaginación con esa imagen.

En primer lugar la desproporción que hay entre el pastor y la oveja. La oveja se ha descarriado y, el pastor, recorre el camino para buscarla y, al encontrarla, se llena de alegría. No se nos pasa por alto que no la obliga a realizar el camino de vuelta, sino que él mismo se la carga sobre los hombros, y lo hace “muy contento”. Hay una alegría que no refleja la ganancia del pastor sino el bien de la oveja.

Por otra parte, en todos esos gestos se nos dibuja el amor que Cristo tiene por cada uno de nosotros. No sólo estamos perdidos, sino que somos incapaces de realizar el camino de vuelta. Se muestra así como nos quiere Dios a cada uno. Es un amor personal, como se ve en el hecho de que deja las noventa y nueve para ir en busca de la perdida. Hablamos de el Corazón de Jesús. Y este no puede conformarse con un amor general a la multitud, sino que se dirige a cada uno de nosotros. Si en la primera lectura se nos presentaba al Señor como pastor de un rebaño, aquí se nos muestra como ese rebaño se elige a cada uno en particular. Ya Ezequiel lo había anunciado de alguna manera al decir: “buscaré a las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y apacentaré como es debido”.

San Pablo, a su vez, nos indica como el término del amor del Corazón de Cristo es nuestro propio corazón. Dice: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Y muestra en qué ha consistido el camino que Cristo, Buen Pastor, ha realizado para darnos su amor. Nos habla de cómo ha entregado su vida por nosotros, que éramos pecadores. Así, la imagen del pastor con la oveja sobre los hombros, preludia el misterio de Jesús clavado en la cruz. Y aquí se nos hace más insondable aún el misterio de ese amor, que pasa por la pasión y el Calvario para redimirnos. Aquí entendemos, sin embargo, mejor su alegría. Porque de su muerte por nosotros nos viene también la efusión del Espíritu Santo. Y el Amor que está para siempre y desde siempre con el Hijo viene a nosotros.

Jesús nos da el Espíritu Santo para que podamos amar como Él nos ha amado. Es como si dijéramos que une su corazón al nuestro, y así, no sólo nos libera del pecado sino que nos ofrece participar de su vida.

La celebración de hoy nos llena de gozo y esperanza. Porque contemplamos de cerca el amor inaudito de Dios. Y ese amor se nos hace presente en la persona de Cristo. A través de su corazón comprendemos todo el misterio de la redención, que es un misterio de amor. Y no es ni un amor lejano ni abstracto. Está cerca de cada uno de nosotros y lo podemos contemplar en su corazón. Siempre va a estar cerca de nosotros y siempre podemos acercarnos a Él, como a una fuente que nunca se seca, para saciarnos cada vez más de su misericordia.