En la primera lectura de hoy encontramos importantes enseñanzas de san Pablo. La primera es que llevamos un tesoro en vasijas de barro. Aunque el apóstol habla del ministerio, sin embargo es extensible lo que dice a todos nosotros. Señala dos cosas. Por una parte que tenemos un tesoro, que es el de la gracia. Dios nos ha marcado con su amor y está con nosotros. Pero ese don de Dios se ha encontrado con nuestra fragilidad. Es una experiencia constante en todos nosotros. Pero añade san Pablo que así se ve “que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros”. Aquí habla de cómo siempre, para quienes son fieles a Dios, los resultados superan totalmente las expectativas. Incluso, quien observa sin prejuicios los frutos de la actividad de la Iglesia, no puede dejar de reconocer la desproporción entre sus miembros y su apostolado. Muchas veces nos quedamos en la envoltura, en el exterior. Entonces vemos el pecado de los cristianos, las limitaciones del sacerdote, los defectos de quienes van con nosotros a la parroquia, los errores de quienes nos rodean… Pero no podemos quedarnos ahí. Dios no rechaza nuestra debilidad para realizar su plan de salvación.

Añade san Pablo que en su misión apostólica continuamente experimenta la persecución. Sin embargo todas las contrariedades y dificultades a las que se enfrenta no impiden que se manifieste la obra del Señor. Lo mismo vemos en tantos santos de la historia de la Iglesia, en los que la tribulación no ha impedido la difusión del evangelio. De alguna manera, incluso, ese sufrimiento ha servido para que se manifieste aún de manera más patente la salvación de Dios.

El apóstol dice: “así la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros”. Podríamos preguntarnos si es posible cualquier acción evangelizadora, y no sólo de los misioneros o de los sacerdotes, sino también de los padres de familia, de los profesores, de cada uno de nosotros con otros, sin ese sufrimiento que es según la epístola, participación en la muerte de Jesús. La respuesta parece que es no. Hay que morir a uno mismo, al egoísmo,… para buscar y alcanzar la salvación de otros, y así responder con nuestro amor al que Dios nos tiene.

Después san Pablo recuerda otra cosa, que es una de esas frases que se nos queda grabada en el corazón: “Creí, por eso hablé”. El fundamento de todo está en la fe. De esa confianza en el Señor, en que nunca nos deja y que lo puede todo en nosotros, nace la iniciativa para hablar a los demás. Tantas veces nos detienen los prejuicios, los respetos humanos, el temor a qué dirán… La audacia evangelizadora y, en general, para vivir el evangelio, se sostienen en la fe. Sabemos que Dios nunca nos fallará.

Esa confianza que lanza a la acción conlleva una alegría íntima. San Pablo dice: “cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento para gloria de Dios”. Está claro que el apóstol ve toda su vida en el plano de la victoria de Cristo, en la manifestación de la gloria de Dios que es el resplandor de su amor. De ahí que cuantos más conozcan a Cristo mayor es la alegría del apóstol. También nosotros hemos de sentir esa alegría interna que nace de ver como el Amor es amado. Eso llena de sentido nuestra vida y es también un acicate para el apostolado.