2Co 9,6-11; Sal 111; Mt 6,1-6.16-18

Luego, ya lo ves, una vez más hemos vuelto a lo de siempre, mis méritos y mis obras. ¿No es eso dar de buena gana? Cuando haga algo de buena gana, es decir, siendo mía la iniciativa, me ama Dios. Primero lo mío, y luego él que viene a premiarme con su amor. ¿Son así las cosas?, ¿dónde queda la justificación por la fe, por la sola fe, primero la fe en Cristo, crucificado por y para nosotros, que nos justifica, y luego todo lo demás? ¿Qué es sembrar generosa o tacañamente?

Siembra con generosidad aquel que sirve, quien se hace servidor de los pobres, de los esclavos, de los que nada tienen, en el ámbito que fuere este no tener, de los que le piden ayuda. Si abro mis entendederas, mi vida entera a la acción del Espíritu en mí, siempre con generosidad. Quien, porque templo del Espíritu, abre sus carnes a los dones, dándose todo a esa acción divina en él. Quien, por ser templo del Espíritu lo toma de verdad en serio y, en Jesucristo, abre el conjunto entero de su vida a Dios. Ahí está la cuestión. Dios tiene poder para colmarnos de toda clase de favores, de modo que teniendo siempre lo suficiente, nos sobre para obras de caridad. El derrame de amor sobre nosotros no es para circunscribirse a mi medida, sin salir del un metro por delante de mí, un metro por encima y un metro a mi lado, de manera que nada se me escape. La torrentera de amor que recibimos en el Espíritu nos deja todo sobrante. No es que nos anegue, ahogándonos, sino que esponja nuestra libertad y nuestro ser de modo que los dones que recibimos, dones sobrantes en grado sumo, los regalemos a los demás en su servicio. No podemos ser egoístas de esos dones, nos llenan hasta nuestra plenitud, y sobran para que sembremos con divina generosidad. Lo que hemos recibido gratis, lo daremos gratis. La torrentera de amor que vino a nosotros, plenificándonos, nos servirá de siembra generosa para aquellos a los que servimos. Quien nos dio la semilla para sembrar y pan para comer, el Señor, nos la proporcionará en abundancia sobrante y aumentará la semilla para que la siembra se haga plena, multiplicando la cosecha de nuestra caridad. Qué maravilla paulina: siempre seréis ricos para ser generosos, y así, por medio nuestro, se dará gracias a Dios.

Dichoso, pues, quien teme al Señor. Dispondrá de riquezas en abundancia para que su caridad sea constante, sin falta. Pero cuidado. Las cosas de Dios las haremos con cuidado, como el que él emplea con nosotros. Porque, siendo ricos, podríamos gloriarnos y sembrar a puñados para que se nos vea, por más que digamos a diestro y siniestro, mirándonos complacidos al espejo: veis qué guapo soy, veis qué guapa soy, ved la acción de Dios en mí. Cuidado. La acción de Dios en mí se hace calladamente desde el sacrificio de la cruz. Aquello no fueron grandes risas y miradas al mundo para que gritáramos de admiración. Fue un acto asombroso e increíble de humilde sufrimiento escondido. Se hizo pecado por nosotros. Murió para que nosotros viviéramos. Dios, por nuestra fe en Cristo Jesús, nos justifica con su gracia. Y siempre lo hace con cuidado silente. Dios nunca se pone en evidencia para que el mundo se congratule. La labor de justificación es tan callada que pasa por la angostura de nuestra fe en Jesús.