Leemos hoy la parábola del buen samaritano. Me ha venido a la memoria una novela de Mark Twain, Las aventuras de Huckleberry Finn. Aunque el autor era más bien ateo narra una historia interesante. Huck huye de su padre que lo maltrata y se encuentra con un esclavo, Jim, que también ha escapado. Le va a ayudar en su fuga. En la cultura de la época la esclavitud no estaba prohibida y, por ello, Huck, actúa de alguna manera contra su conciencia. Diríamos que se deja guiar por un buen sentimiento. Sin embargo, conforme transcurren las aventuras, en medio de grandes dificultades, el corazón bueno de ese chico se va abriendo más a la verdad y llega a comprender que la esclavitud es mala.

En la parábola vemos como un sacerdote y un levita pasan de largo ante el hombre malherido. Podemos suponer que hicieron algún tipo de razonamiento para denegar el socorro a aquella persona. Algunos han visto aquí una imagen de las religiones que son incapaces de responder a la angustia más profunda del corazón humano. Es un samaritano el que lo atiende. Probablemente aquel hombre herido no era de su pueblo. Acude en su socorro porque ve un hombre necesitado. Su corazón le indica que ha de ayudarle. La respuesta es el amor. Esa es la respuesta que siempre hemos de dar a cualquier persona que reclame, desde su sufrimiento, nuestra atención. Siempre es posible amar. En el ejercicio de la caridad se van encontrando soluciones para los problemas. De entrada el samaritano le venda y le lava las heridas con aceite y vino (signo de los sacramentos). Después lo conduce a la posada (imagen de la Iglesia). Pero, al amar al prójimo, también se va abriendo paso la verdad sobre nuestra vida y sobre Dios. El amo es un camino para conocer mejor todo lo que Dios nos ha revelado.

El samaritano puede ser visto como una imagen del mismo Jesús. Él es el único que puede socorrer al hombre que está herido por el pecado en su corazón. Es el único que puede dar la medicina que sana completamente. Es también el que nos deja los denarios (que representan la imagen suya que está en el alma de los bautizados), para que podamos cuidar de los demás. Y es Él quien nos promete el premio de la vida eterna.

La parábola está narrada para aclarar el sentido del mandamiento principal de la ley. Jesús nos indica que el amor supone la total gratuidad. Así nos ha amado Dios.

En el Deuteronomio se nos dice que el primer mandamiento está en nuestro corazón y en nuestra boca. Hay un sentimiento natural, expresado por ejemplo en la carta de los Derechos Humanos, de que hay que tratar bien a todos los hombres. Sin embargo, en las concreciones, a veces se dejan al margen a algunos, como los no nacidos. La realidad que nos trae Jesús es más grande. Porque ahora pone el mandamiento en nuestro corazón de una manera eficaz dándonos el Espíritu Santo. Infunde su amor en nuestro corazón para que podamos vivir en el amor. Da la posibilidad de un amor sin límites. Por eso tampoco hay excusas, como las pretendidas por el letrado del evangelio, para dejar a nadie al margen. Todo hombre o mujer, sea cual sea su problemática, es amado por Dios y Él nos pide que también nosotros, que antes hemos sido socorridos por Él, lo amemos.