Santiago Apóstol es el patrono de España. Por ello le debemos una consideración especial. Probablemente a ti, como a mí, te duela que muchos lo hayan olvidado. Desde el Tercer Concilio toledano hasta ahora nuestra seña de identidad es la fe católica. Sabemos que muchos ya son ajenos a este hecho y que incluso se averguenzan o combaten el catolicismo que siempre ha ido unido a nuestro ser españoles. Por eso igual que, según la tradición, la Virgen del Pilar acudió a confortar a nuestro Apóstol cuando este se desanimó por la incredulidad de los peninsulares, también nosotros acudimos a Santiago para robustecer nuestra fe.

Hay muchos motivos para el desánimo. Como decía Karol Wojtyla hace ya treinta años, se ha puesto en marcha el programa de la antipalabra que pretende destruir todo vestigio de Dios en el mundo. Pero todas las dificultades sumadas no permiten perder la esperanza porque Dios siempre es mayor y su poder supera infinitamente el poder del mal. Es más, todo puede ser ocasión para un bien mayor según su providencia.

El Evangelio de hoy es iluminador al respecto. Juan y Santiago quieren ocupar un buen lugar junto a Jesús en su reino. A mí me gusta ese deseo, aunque el Señor debe corregirlo, porque habían elegido estar lo más cerca posible del Señor y lo pedían como una gracia. Y Jesús les dice si para alcanzar ese lugar están dispuestos a todo y dicen que sí. Lo que Jesús les pide no es poco, acompañarlo a Él en el sufrimiento martirial. Dicen que sí y los dos serán probados. Estar con el Señor es para ellos razón suficiente para beber el cáliz. Aun cuando hubiera en aquella actitud arrebatos de juventud y cierta falta de sencillez a mí me gusta la disposición de los hijos del Zebedeo. Están dispuestos a todo por su Señor.

En esta fiesta patronal podemos preguntarnos si los católicos estamos dispuestos a dar la batalla en la defensa de los derechos de Dios y de la dignidad de la persona. La religión es pisoteada y con ello se construye un mundo contrario al hombre. Podemos rasgarnos las vestiduras, lamentarnos y reunirnos en foros donde a fuerza de ahondar en las heridas estas se hacen más dolorosas. Pero, ¿no nos enseña también el Apóstol la necesidad de lanzarse a la reevangelización de España y de ser fieles hasta el final aún al precio de la persecución?

No sólo hay un programa contra España, evangelizadora de un continente, defensora de la fe de la Iglesia y orgullosa de sus santos y mártires. También existe nuestra falta de valentía. Esta no debe ser temeraria sino templarse ante el Sagrario. Precisamente el Señor debió varias veces atemperar a los Zebedeos. No los movió a la acción sin sentido sino a la misión constructiva que había de coronarse con la confesión de la fe. El Apóstol Santiago evangelizó España y fue el primero de los doce en sucumbir bajo la espada. Ante su tumba hoy imploramos protección para nuestro país. Y pedimos especialmente por todos los católicos de España, pastores y fieles, para que seamos dignos imitadores suyos. Que la Madre de Dios, que salió en ayuda de Santiago, en los inicios de su predicación, venga también en ayuda nuestra.