Hoy es un día en el que se me agolpan demasiadas cosas, muy distintas en la cabeza. El accidente de tren de anteayer, con cerca de 80 muertos y numerosos heridos. El dolor de muchísimas personas. La oración por las víctimas y por sus familiares. También la oración por todos los que en su trabajo tienen responsabilidad sobre la vida de otros. Las tragedias siempre nos conmueven profundamente y de alguna manera nos bloquean por dentro. No sabemos que decir. Pero nos abrazamos a Dios, desde nuestra impotencia e incomprensión. Confiamos en Él. No entendemos pero nos fiamos y le pedimos que derrame sobre nosotros el consuelo de la esperanza. No lo entiendo, Señor, pero Tú eres más grande y me abandono en tu amor. Acoge a los que nos han dejado y abraza con tu misericordia a los que sufren.

Por otra parte el Papa está en Brasil y continúa llevando alegría a los lugares donde va. Se acerca a las personas y con lenguaje sencillo les habla del amor de Dios. Muy bonito su visita al santuario de Aparecida. Se le nota una devoción muy grande a la Virgen y una confianza filial en la Madre que contagia a los demás. A mí me conmueve su fe y su sencillez. Resuenan aún sus palabras en las que decía que traía a Jesucristo. Jesús es el tesoro de la Iglesia. Todos necesitamos encontrarnos con Él para comprender el sentido de nuestra vida. Que el viaje del Papa dé abundantes frutos apostólicos y produzca un florecer de la fe. También pido por ello. En este viaje vemos como la luz del Señor sigue iluminando a los hombres y que el evangelio suscita un gran atractivo entre los hombres. Gracias, Señor.

Hoy también celebramos la fiesta de san Joaquín y santa Ana, los padres de la Virgen María; los abuelos de Jesús. Es un día para pensar en nuestros mayores. Muchas veces la fe se ha transmitido a través de ellos. Hay testimonios de países oficialmente ateos en los que los nietos fueron bautizados por sus abuelos, aprendieron a rezar de ellos, conocieron a Dios por sus palabras,… Todos tenemos una historia, pensada por Dios, para cada uno de nosotros. En ella están nuestros antepasados. También nuestros descendientes. Y junto a la vida nos damos cuenta de que hay que transmitir otras cosas: un sentido de la existencia, una explicación de la realidad, un código de conducta, una fe. Los abuelos nos hacen pensar en nuestro origen, que es el amor de Dios. Los míos ya murieron. Y me hacen pensar también en un destino, que es la vida eterna junto a Dios. Allí espero encontrarlos de nuevo. Te pido Señor por todos los abuelos, que no sean marginados por sus familias y que sirvan de sostén para sus hijos y nietos. Que en ellos se trasluzca la dulce serenidad de quien en ti confía.

Son muchos temas distintos que hoy traemos ante el altar. A ellos hemos de sumar las preocupaciones y alegrías que hay en el corazón de cada uno de nosotros. Todo lo ponemos en el altar de la Eucaristía. Allí recordamos que Jesús murió en la cruz por todos nosotros. También que sigue haciéndose presente en el sacramento para acompañarnos. Él está en nuestros sufrimientos, en nuestras ocupaciones, en nuestros buenos momentos. Que sepamos reconocerle junto a nosotros, que podamos ver las cosas como Él las ve, iluminados por su amor.