Nm 11,4b-15; Sal 80; Mt 14,13-21

Se quejan los israelitas: están hartos de comer esa bazofia del maná que el Señor su Dios les proporciona en el desierto. Traen loco a Moisés con sus quejas. Lloraban cada familia a la entrada de su tienda, disgustando al Señor. Y Moisés se queja al Señor. ¿De dónde sacaré pan para repartir a todos? Yo solo no puedo cargar con el pueblo entero, pues supera mis fuerzas. Mas vale que me hagas morir.

La queja de Moisés nos deja perplejos. Nos está haciendo comprender el papel que ocupará Jesús en la conducción del pueblo elegido. Él sí que podrá con todos. Clavado en la cruz, mirando al Padre, habiéndole dicho: Si es posible pase de mí este cáliz, puede cargar con los pecados de todo el pueblo, y de muchos, de todos. ¿Quién eres Señor, dime quien eres? Tú solo puedes con la tarea de nuestra salvación. Te aplastamos, es verdad, te exponemos en lo alto del madero como la serpiente a la que, si la miramos, quedaremos salvados de nuestro pecado. Perdiste toda belleza de hombre, pero ahí, precisamente ahí, te haces con nosotros, porque cargas con nosotros, y tu sangre derramada en sacrificio nos limpia. Tú solo nos salvas. Llevas tus quejidos hasta el final, y te entregas por nosotros. Moisés se quejaba: ¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? Esa herencia del primero de los profetas la recoge Jesús. ¿Quién eres Señor, dime quién eres? ¿Cómo es posible que tú solo puedas con tarea tan sobrehumana? ¿Acaso te abandonó Dios, a quien de continuo llamas Padre? ¿Te condenó a cargar con todos nuestros pecados para que aplastándote a ti, nos redimiera a nosotros? Misterio de la cruz. Misterio del amor.

Y Jesús tiene la osadía de decirnos que seamos nosotros quienes demos el pan a quienes desfallecen de hambre. ¿Quién soy, Señor, dime quién soy? ¿Podré yo dar de comer en tu nombre?, ¿acaso podrás tú? ¿De dónde sacaremos ese pan para tanta gente, todo el que nos lo pida, pues solo disponemos de cinco panes y dos peces? Y, sin embargo, tú nos lo enseñas: comieron tantos, quedando satisfechos, y se recogieron doce cestos llenos de sobras.

¿Cómo es posible que te entregues a nosotros de esa manera tan radical, que desde el sacrificio de la cruz tu carne sea para nosotros verdadera comida y tu sangre sea para nosotros verdadera bebida? Porque tengo que recoger de ese cuerpo molido y de esa sangre derramada para dar alimento a quien me lo pida. Es grande el milagro que Dios, su Padre, ha hecho por nosotros. Nos lo envió en carne como la nuestra, dejó que sufriera el cruento martirio de la cruz, para que, de la herida de su costado traspasado, saliera el agua del bautismo y la sangre de la eucaristía. Traédmelos, nos dices. Traédmelos a ese banquete en que quedarán saciados, de modo que ya nunca tendrán hambre ni sed. Tú tuviste sed en la cruz, para que nosotros nunca tengamos sed. Misterio de la redención. ¿Cómo llegó Dios hasta tanto, hasta el sacrificio cruento del Hijo?, ¿cómo permitió que nosotros lo claváramos en ella y lo traspasáramos con la lanza? Misterio asombroso del amor que Dios nos tiene. Buscaba en nosotros rehacer la imagen y semejanza con la que fuimos creados y que, en el engaño, dejamos perder. Jesús en la cruz, por tanto, es el hombre al que nos asemejaremos. Misterio de la alegría.