Ayer una de las vigilantes del Centro de reclusión de Menores me contaba algo que tiene su gracia. Estaba vigilando una clase (a pesar de ser agosto tienen clase), y el profesor explicaba la teoría de la evolución de Darwin. Uno de los chavales, de religión evangélico, decía que eso no podía ser verdad, que el mundo lo creó Dios en siete días. El profesor le decía que eso era una teoría, pero que había otras. El chaval se enrocó en su postura y el ambiente se fue caldeando un poco. Al final el chaval levanta la voz y dice: ¡Al hombre lo creó Dios del barro, pues así lo dice la Biblia y para mí lo que dice la Biblia va a Misa!. Un chaval que estaba al lado le mira y le dice tranquilamente: ¿Y no dice la Biblia que no robes? Ahí se acabó la discusión. Al margen de Darwin -que me parece una teoría convertida en tesis porque sí-, es verdad que tenemos que acercarnos a la Palabra de Dios (y a Dios mismo), en toda su integridad, no aceptando una parte y negando otra…, aunque el que seamos pecadores no nos exime de la obligación de evangelizar.

“¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.” No podemos hacer de la Iglesia un pequeño reducto donde refugiarnos. El cristiano no está para arroparse de otros cristianos y huir del mundanal ruido. El Papa lo está recordando a tiempo y a destiempo. Tenemos que salir a la calle, buscar a los perdidos y enseñarles el camino a casa, pero no para encerrarles, sino para liberarles. Cristo entregó su vida en rescate por muchos, no por unos pocos que nos regodeamos en lo buenos que somos y lo bien que lo hacemos. De tal manera que, cuando los cristianos pierden si espíritu evangelizador, apostólico, de salir a buscar a la oveja perdida…, se queda en nada. Las noventa y nueve se convierten en cero, esperando simplemente a que la edad y los achaques vayan eliminándolas de la existencia. No creo que el hombre descienda del mono directamente, pero lo que estoy seguro es que el cristiano desciende de otro cristiano que le ha mostrado el rostro de Cristo.

“Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial.” Hoy muchos niños se convierten en corderillos perdidos. A pesar de ser bautizados –en el mejor de los casos-, luego se les niega el conocimiento de Jesús, el saberse queridos por Dios. Con la excusa de que son pequeños y ya elegirán se les niega el conocimiento de Dios. La fe, la eternidad, la virtud, el amor de Dios se convierten en temas tabú en muchas casas y se les inculca el tener, el tener, el poseer, el dominio, la comodidad. Se les va alejando de Dios (a los que no les quita la vida antes de nacer) y se les mata espiritualmente. Cuando tienen ansia de Dios se dice: “¡Ay! Estas preguntas de los niños” y se les ignora o se les ridiculiza o se les da un sucedáneo para que callen la boca. Y pasado el tiempo es muy difícil que reconozcan la voz de Dios. Es un esfuerzo extra lo que supone ahora la evangelización, pero o salimos a buscar a la oveja perdida o nuestro grupo será una infección en la Iglesia.

De la mano de María escucharemos el aliento que Moisés le dio a Josué: “No temas ni te acobardes, el Señor avanzará ante ti. Él estará contigo; no te dejará ni te abandonará.” Salgamos a buscar a la oveja perdida y las noventa y nueve restantes crecerán.