Poco a poco se van apuntando bodas en la nueva parroquia, esta semana es la segunda en el nuevo templo. Aunque llevemos ya ocho meses en funcionamiento las bodas se preparan con mucha antelación: la Iglesia, el restaurante, las flores, las fotos y los convidados… todo un caos. Lo de los convidados tiene sus problemas. Un par de meses antes de la boda te van diciendo los que no podrán ir, organiza las mesas (ríete tú de la estrategia de Napoleón en Waterloo comparado con la logística de preparar las mesas de una boda), y se pierde muchísimo tiempo en que los convidados queden contentos y alegres por la boda. No se dan cuenta los novios que es al revés. Los convidados vienen a participar de la  alegría de los novios que se quieren, no a que les alegren el día y se lo amarguen a los novios. No voy a una boda a ver si me alegran, sino a participar de la alegría de otros.

“El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.» Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos.” Dios nos invita a participar de la vida divina y nosotros, en muchas ocasiones, queremos que Dios deje en paz nuestra vida, pasamos de Él o le expulsamos de nuestra presencia. Muchas veces me dicen personas que van a la Misa de D. Fulanito porque es más gracioso. ¿A qué vas? ¿A reírte de las tonterías de D. Fulanito o a participar de la alegría de un Dios que nos ha redimido en Cristo? D. Fulanito puede tener un día amargo o ser un borde, pero no por eso dejamos de celebrar la salvación en Cristo.

“Los convidados no se la merecían” Ciertamente ninguno de nosotros nos merecemos estar celebrando la Eucaristía, no como sacerdotes ni como fieles. Tendría que podernos el asombro y el estupor al entrar en la Iglesia y esperar a que comience la Misa. ¿Quién soy yo para poder estar en un rato delante del misterio del altar, junto con María y todos los santos? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Y nos daremos cuenta que no hemos hecho nada, es Dios quien por diversos medios y personas nos ha ido empujando a entrar y a participar. Por eso tenemos que ponernos el traje de fiesta. No podemos estar en Misa amargados, tristes, preocupados porque hemos aparcado en doble fila (no aparquéis en doble fila, por favor), o pensando en la reunión que tengo después con mi jefe. Es distinto llevar nuestra vida a Misa que hacer de la Misa un apéndice de nuestra vida. En Misa contempla, asómbrate, arrepiéntete, da gracias, alaba, bendice, adora…, pero no estés con el corazón en otra parte.

Y Dios no coloca las mesas. Podemos estar junto a cualquiera rico, pobre, famoso o desconocido, joven o mayor… y todos estamos invitados. Da gracias a Dios por tanta riqueza y tanta fraternidad.

Pídele a la Madre del Salvador -Santa María Reina-, que nos ayude a estar muy alegres en la alegría de Cristo, en su alegría, nos ha llamado por nuestro nombre y quiere hacernos partícipes de la salvación.