Estamos en el inicio de un nuevo curso. Muchas personas se reincorporan hoy a sus trabajos y otros lo harán pronto. También de inmediato comenzará el curso escolar. Son días que, de alguna manera, tienen una intensidad especial, porque están cargados de expectativas o de miedos. En el evangelio de hoy encontramos un fragmento referido al inicio del ministerio público de Jesús, cuando visita la sinagoga de Nazaret. Aquel día se leyó un texto que seguramente era muy conocido por todos al haberlo escuchado muchas veces. Era de Isaías y hacía referencia al Mesías, señalando que el Espíritu estaba sobre Él. Jesús se ofrece para la lectura pública y, después lanza un breve comentario: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”.

Con esas palabras Jesús da un valor totalmente nuevo a la profecía. Ya no es algo que estamos esperando y cuyo significado no acabamos de entender. Ya no se trata de vivir en una expectación nebulosa. Todo lo que anuncia la profecía de Isaías se cumple en la persona de Jesús. En Él habita la plenitud del Espíritu Santo; Él es Dios. Y ese Hoy de Cristo se extiende a todos los tiempos futuros, porque también ahora el Señor sigue, presente en su Iglesia, cerca de nosotros. La liberación que Israel esperaba y que nosotros necesitamos no está lejos. Desde que Dios ha entrado en nuestra historia por la Encarnación algo totalmente nuevo está sucediendo.

¿Qué sucedió en la sinagoga aquel día? Leemos que, en un principio la gente quedó entusiasmada. Jesús pronunció aquellas palabras con una autoridad que desarboló cualquier objeción. Su sola presencia atestiguaba la verdad de sus afirmaciones. Ante la persona de Cristo todo lo que estaba escrito en el profeta se veía en carne. No era solo un discurso sino que estaban ante una persona. También nosotros tenemos no sólo las enseñanzas de la Iglesia sino su presencia física en medio del mundo, con el testimonio de sus santos y toda la caridad que se sigue ejerciendo a través de miles de creyentes fieles. Es la palabra que viene confirmada por los hechos, que siempre van acompañados de rostros concretos.

Pero, ¡Ay! Aquellas mismas personas en seguida se preguntaron, y aquí empezó a actuar el prejuicio y una como intención de que Dios se sometiera a sus planes, si Jesús verdaderamente podía ser el Mesías. Lo habían conocido de pequeño, sabían de su familia y de su entorno, y habían oído hablar de sus acciones maravillosas en otras partes. ¿Por qué, sin embargo, no obraba algún prodigio grande ante ellos de manera que pudieran salir de toda duda? Habían esperado durante siglos y, de repente, tienen una prisa, que se vuelve contra Cristo. No saben acoger lo que se les ofrece y, en seguida, buscan como reducirlo a sus esquemas. Y la cosa va a más, porque movidos por la rabia intentan acabar con el Señor, aunque no pueden.

Estamos aún en el Año de la Fe. Durante este tiempo se nos ofrece la posibilidad de profundizar en lo que creemos. No sólo de conocer mejor los contenidos de nuestra fe, sino también asimilarlos interiormente para que configuren nuestra vida. Jesús sigue cerca de nosotros. Podemos acudir a Él en el sacramento de la Eucaristía y experimentar su presencia. Él está para conducirnos en el camino de nuestra vida. Esta hoy, y cada día sigue obrando a favor nuestro. Que nuestra fe sea fortalecida para que sepamos reconocerlo y escucharlo y no pongamos resistencia a su acción.