Benedicto XVI en su libro, Jesús de Nazaret, comenta el pasaje del Evangelio de hoy. Lo hace dialogando con un judío llamado Jacob Neusner. Este judío ortodoxo se dio cuenta de que si Jesús y sus discípulos arrancaban espigas en sábado, infringiendo así un mandato de Israel, no era porque Jesús fuera un liberal que prescindía de los preceptos. Y el Papa señala que Jesús, que es la nueva Ley en persona, lo que hace es llevar a su cumplimiento todo lo anunciado en el Antiguo testamento. Neusner se fija en que el sábado era el día de descanso y por tanto cumplía una función social dentro de Israel. Ahora Jesús, comenta el Papa, al declararse señor del sábado lo que hace es indicarnos que el descanso está en Él. Toda la vida cristiana gira en torno a su persona, y eso es mucho mayor que unos u otros mandamientos. Por eso el Papa insiste en que no se trata de un texto moralista, sino que su contenido es cristológico. En esa misma perspectiva insiste en recuperar el valor del domingo, día del Señor, día de la resurrección, también en su función de descanso.

Estas reflexiones de Benedicto XVI nos ayudan a una mejor comprensión del texto. El Señor no tenía ningún interés en irritar a los judíos observantes haciendo excepciones a la ley. Lo que muestra es que la Ley de Antiguo Testamento apunta hacia su persona. Pensar que de ahí se sigue una relajación de los preceptos es un reduccionismo. Algunos quedan superados porque de Israel se pasa a la universalidad de la Iglesia. Sin embargo, en cierto sentido, la exigencia es mayor, porque el centro pasa a ser una Persona: Jesucristo. Ya no se trata de cumplir unos mandamientos, sino de unirse afectivamente a Él. Ello implica toda nuestra vida. Es Señor del sábado, como es Señor de cada uno de nosotros, y de la historia.

Jesús está por encima de todos los preceptos porque todos apuntan a Él. Algunos prefiguraban su venida, otros se siguen de la vida nueva que Él mismo nos ha traído. Con Jesucristo la moral no queda abolida, sino que es llevada a la máxima exigencia que se realiza en el mandamiento del amor. Como el misterio del hombre, de cada uno de nosotros, se revela plenamente a la luz de su Persona, también vemos como sus mandatos sirven al hombre: a que cada uno de nosotros pueda ser feliz. En Jesús vemos esa feliz realización en que el bien del hombre y lo mandado por Dios coinciden. De ahí que también él diga en otro momento que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”.

A veces se nos hace difícil descubrir, a primera vista, la bondad de un mandato. Juegan en contra muchos factores: nuestra falta de sensibilidad espiritual, la pereza, el embotamiento del entendimiento, no vivir totalmente abandonados… Una buena salida para ese tipo de situaciones es pasar del mandato a la Persona de Jesús. Mirando desde Él cualquier norma, y forjándonos en el amor de su corazón, la vida cristiana con todas sus exigencias se va mostrando en plenitud de belleza. Así se descubre el bien de lo que Dios nos manda, y la felicidad que entraña para nosotros su cumplimiento.