Col 3,1-11; Sal 144; Lc 6,20-26

¿Comprenderemos las bienaventuranzas como la ley del cumplimiento que, por fin, se nos revela? El bienaventurado es siempre Jesús, que se encuentra con los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados; que se encuentra en los pobres, en los que tienen hambre, en los que lloran, en los que son odiados. ¿Parecían estar y ser abandonados de todos? Pues no, mira, en ellos nos encontramos con Jesús. Porque en ellos se da la buena aventura de vivir con el Señor, bajo la mirada amorosa del Padre. Mira por dónde, nosotros que los teníamos como los abandonados de la tierra, resulta que se encuentran con Jesús, siendo como él es, son cercanos a Dios. Resulta que su aventura de la vida es la que alcanza a Dios, porque procede de él, de su ternura, de su amor. ¿Abandonados de todos? Al contrario, mirándoles a ellos vemos a Jesús en la cruz, que los recoge alegremente en sus brazos extendidos, y que nos enseña a acogerlos nosotros también de manera que, si Dios así lo quiere, viéndonos a nosotros siendo como ellos, somos los pobres de Yahvé, los amados de Dios, en Cristo. Siempre en él. Siempre en su cercanía. Cuando nos encontremos con los bienaventurados porque pobres, porque tienen hambre, porque lloran, porque son odiados, estamos junto a nuestro Señor, por eso, seguramente, como a él le aconteció y le sigue aconteciendo en sus pobres, nos insultarán y proscribirán nuestros nombres como infames, porque diremos lo inconveniente, nos mezclaremos con los inconvenientes, nuestras acciones serán inconvenientes. En Jesús amante de los pobres, uno de ellos con los que sufren injusticia, con los que son abandonados, insultados y proscritos, nos encontramos la figura divina a la que tenemos que seguir para hacernos como él y para estar donde él está. Con Francisco pobre, con Antonio acompañándole al silencioso desierto, con madre Teresa acariciando a los que mueren abandonados de todos en las aceras de las grandes ciudades. Abandonados de todos, menos de Dios. Alegraos ese día y saltad de gozo. La vida del seguidor de Jesús, quien está junto a él en la cruz, vive la alegría de ver cómo somos justificados por la gracia, por lo que nuestros pecados nos son perdonados. Preciosa aventura la del seguimiento.

Pero Lucas sigue, habiendo convertido las cinco últimas que en Marcos y Mateo seguían siendo buenas aventuras, en desdichas terribles. ¡Ay de vosotros los ricos! ¡Ay de vosotros los saciados! ¡Ay de vosotros los que reís! Ricos epulones ahítos de nuestra riqueza que nos hace disfrutar de la vida y vivimos consolados por nuestros bienes, saciados de cualquier hambre y que miramos con levedad extrema a quienes mueren por no comer, viéndolos en la televisión todo lo lejos que nos es posible, lo que nos llena de risas flatulosas y fosforescentes, viéndonos suertudos de tener esas riquezas de todo estilo que nos envuelven, que circunvalan nuestra persona protegiéndonos un metro por arriba, un metro por debajo, un metro a la izquierda, un metro a la derecha, un metro por delante y un metro por detrás, de modo que ninguna desgracia ni hambre ni sufrimiento nos alcance. ¿Hablan todos bien de ti? Cuida, porque te doran la píldora, pasan la mano por tus lomos buscando tus beneficios. Cuida, porque no te das cuenta de que esa es una vida de mala aventura. Una vida lejos de Jesús y lejos de Dios Padre. Una vida en la que el Espíritu no tiene cabida dentro de ti para hacerte su templo.