1Tm 2,1-8; Sal 27; Lc 7,1-10

¿Y qué pasa, pues, con los que no conocen a Jesús o no lo aceptan o lo han rechazado o se les ha olvidado? ¿Habrá otros mediadores? ¿Cómo podríamos pensar que todos los que no creen en Cristo Jesús no están sostenidos por la gracia salvadora de Dios? En fin, también podríamos preguntarnos qué acontece con aquellos que creen en otros dioses fuera del Dios uno, Padre de nuestro Señor Jesucristo. ¿Diremos que al infierno con ellos? Sería algo tan terrible que no podríamos ya volver a hablar de un Dios misericordioso para con todos. ¿O, quizá, pensaremos que Dios es misericordioso con sus elegidos, los que le place predestinar a la salvación, y que con todos los demás Dios es inmisericorde? Ahora bien, si podemos ser salvos fuera de la mediación de Cristo Jesús, entonces, ¿qué?, ¿ellos se salvarán por sus propias fuerzas o se salvarán porque total no importa, la bondad de Dios haría bastante a quienes no le conocen con que cumplieran sus obligaciones morales? Mas ¿no acontecía eso ya con los israelitas al estilo de los fariseos, fieles cumplidores de la ley?, ¿por qué, pues, tanta polémica con ellos en los evangelios, tanta insistencia en que solo el camino de la fe en Jesucristo nos salva, pues ese es el único camino, el camino de la cruz, por el que recibimos la gracia redentora?

Id al mundo entero y predicad el evangelio (Mc 16,15), es lo que Jesús y la Iglesia nos dicen de continuo. La Buena Noticia es la de Jesús. No hay otra. Somos enviados a los muchos. No podemos quedarnos con las manos cruzadas, esperando que cada uno se salve por sus propias fuerzas. Tenemos que anunciar la noticia que nos salva. En tiempos aquello de las misiones sonaba a chirigota, cuestión de los niños buenos que salían a la calle pidiendo para las misiones con sus huchas de chinitos, de africanos o de piel rojas. La misión es esencial en nuestra vida de cristianos. Si no misionamos, si no anunciamos a diestro y siniestro, por todo el mundo, a todo el mundo, el evangelio, la Buena Noticia, no somos cristianos, no seguimos a Jesús. No puedo quedarme con lo que se me ha regalado, y a los demás que les zurzan, mala suerte, encontrarán otros medios para librarse de la quema porque Dios, en definitiva, es bueno. Si las cosas fueran así, se perdería toda la seriedad de la cruz y todo lo que digamos de esa cruz, lugar cósmico en donde están plantados la roca y el madero donde muere Jesús por nuestros pecados y para nuestra salvación.

Hay otro elemento: la conciencia, la cual, guiada por la atracción que la obra de Dios ejerce sobre ella, es también lugar de salvación para los que desconocen a Jesús. Nunca podemos actuar en contra de ella; nace en la libertad, es verdad que obscurecida por el pecado, y se deja atraer por suave suasión desde la libertad de Jesús y la libertad de Dios. Ella es arma por la que se ofrece la salvación para aquellos que no conocen a Jesús, quien murió por nosotros y por muchos, por todos. La mirada misericordiosa del Padre y la acción de la fuerza del Espíritu abarca a todos en la cruz. Nunca mirada de condenación, sino mirada que busca desplegar la conciencia de los que no conocen a Cristo Jesús para que se abran a la gracia salvadora del único Dios.