Ya de vuelta en Madrid y después de visitar a mi padre en el hospital hoy afrontaremos un día lleno de bautizos y el resto de la vida ordinaria, si es que se puede llamar ordinaria la vida de un sacerdote. El otro día un chaval evangélico que vive un tiempo en mi casa hasta que encuentre otra me decía: “Yo pensaba que la vida de un padre era más aburrida.” Me hizo gracia, la verdad es que casi nunca sé cómo va a ser mi día aparte de todo lo que tengo que hacer luego surgen un montón de cosas. Como no es programable lo mejor es ponerlo todo en manos de Dios y que sea lo que Él quiera.
“En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacia, Jesús dijo a sus discípulos:
-«Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres.»
Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido.
Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.” El Evangelio de hoy es cortito y podemos volver a leerlo. Tiene un comienzo y un final contradictorio. Primero están todos admirados, pero acaban teniendo miedo a preguntar. Esto mismo nos pasa muchas veces cuando nos planteamos una vocación concreta. Uno puede pensar en ser sacerdote e imaginarse celebrando piadosamente la Misa, predicando como los ángeles, ayudando a los necesitados como San Roque compartiendo la capa…, y siente admiración por lo que Dios le pide. Pero luego empieza a pensar que es para toda la vida, que no decidirá sus destinos (y como vaya con la idea de hacer carrera mala cosa), en ocasiones en la parroquia sólo hay alguna que otra viejecita sorda, a los que ayudas no siempre te lo agradecen, cuando celebras la tercera Misa del día en ocasiones la piedad no está tan fresca y cuando ves que se va a confesar el que lo hace habitualmente de lo mismo te da mucha pereza. Y entonces te da miedo entregar la vida y prefieres no preguntar a Dios más sobre tu futuro e ir labrándote el tuyo al margen de Dios. Y lo mismo pasa con el matrimonio, la vida religiosa, las misiones, sea lo que sea que Dios te pida y te implique toda la vida. Buscando la felicidad te encuentras con la cruz, eso es inevitable y te hace más feliz. Huir de la cruz sólo hace que no puedas encontrar el sentido de tu vida.
El miedo a preguntarle a Dios sobre nuestra vocación concreta y a pedirle al Gracia para seguirla con fidelidad es una tontería. Si Dios nos pidiese algo y nos dejase abandonado para cumplirlo, pidiéndonos al final una cuenta de resultados sería realmente digno de temor. Pero Dios cuando nos da una tarea nos da la Gracia, su compañía y su fuerza para vivirlo. Y entonces no hay nada que temer, pues no estamos nunca solos. No voy a hacer “mi tarea” sino la que Dios me encarga y entonces sé que, si soy fiel, la tarea será cumplida de la mejor forma posible. No hay que tener miedo a las tareas de Dios. Podemos tener miedo a nuestra soberbia, a nuestro orgullo, a “nuestros planes”, pero no a los planes de Dios.
Mirando a María encontramos a al mujer sin miedo, de su mano no tenemos nada que temer para hacer lo que Dios nos pide.