Rm 6,19-23; Sal 1; Lc 12,49-53

Ahora, nos dice san Pablo, emancipado del pecado, has sido hecho esclavo de Dios. Eras esclavo del pecado, lo que acaba en muerte, pues el pecado paga con muerte. Pues bien, que esa esclavitud no sea más al pecado, sino a Dios. Ponte al servicio del Dios libertador, por lo que, exonerado del pecado y hecho esclavo de Dios, producirás frutos que llevan a la santidad y acaban en la vida eterna. Porque el pecado paga con muerte, mientras Dios regala vida eterna. ¿De qué modo?, por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro. Dichoso, pues, si has puesto su confianza en el Señor, de manera que tu gozo sea cumplir el mandamiento de amor del Señor, y meditarlo día y noche. En las sequedades de la vida te asemejarás a un árbol plantado al borde del curso de agua, que dará fruto en su sazón.

Bien, muy bien, pero significa que eres esclavo del pecado; que suelto a ti mismo, abandonado a tus propios impulsos, desvinculado de Dios, perdida la imagen y semejanza con la que fuiste creado, te mueves en el ámbito del pecado; que lo tuyo es ser su esclavo. ¿Cómo es eso posible cuando te creías tan majillo? ¿No estaré exagerando y deberé admitir que no es para tanto? Claro, te veo, para eso, afirmarás que sí es verdad, basta con solo encender los telediarios, que estamos en un mundo pavoroso en el que la violencia gana las entrañas mismas de mundo, pero ¿yo?, parece que te dices, yo nada tengo que ver con eso: yo soy un justo en medio de un mundo revolcado. El magnífico Albert Camus, que estaba muy lejos de ser creyente, hizo de manera genial la acusación a los justos, a los que se tenían por justos. Y te hizo oír el cuerpo de aquella mujer que cae al canal en una noche cuajada de negruras, pues habías pasado junto a ella con sobresalto, y percibiste, yendo ya un poco lejos, un sofocado grito de angustia y de socorro, pero seguiste adelante en tu paseo inmisericorde, pues lo que ella hiciera con su vida no era problema tuyo, y dejaste que se suicidara arrojándose al agua del canal. Dices, te veo, ¡bah!, eso son literaturas. ¿Estás seguro?, ¿de verdad lo crees así? Claro, vivo en un mundo inmisericorde, pero ese mundo no me mancha, yo soy distinto, no estoy mezclado con la sangre del justo derramada. ¡Qué fácil te quitas de en medio! Bueno, y qué fácil también yo me quito de en medio. Bastante tengo con las dificultades del día a día para dejarme llevar por culpabilidades que ni me interesan ni me tocan, que cada palo aguante su vela, ¡allá cada cual!

Bienaventurados los pacíficos, es verdad, pero Jesús sabe que ha venido a prender fuego en el mundo, porque su sola presencia desvela lo que en ti hay de engaño, y eso no estás dispuesto a soportarlo. No puede ser que él me mire, descubriendo quién soy de verdad en lo profundo de mis interioridades, de donde sale la maldad que mancha, pues lo de fuera no mancha. No puede ser que nuestra mirada, si es de amor, como la de Jesús, desvele lo escondido en tu corazón: guerra a muerte a quien me haga ver lo que soy en lo profundo. Porque ese tú, soy yo. No haya paz, sino división y guerra. Fuera de mi vista, reo es de muerte, quien me haga ver el nido de víboras que es mi corazón.